Mismas reglas

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Ignatius nació en una granja en las afueras de Florín. Sus principales pasatiempos eran comer panceta y atormentar al muchacho que vivía con él: "Puto inquilino, abrillanta mi silla de montar. Quiero ver mi rostro reflejado en ella."

martes, enero 07, 2020

Un lamento por Emilio


Ayer fue mi primer día en el Tux después de lo de Emilio. Nos juntamos cuatro amigos para lamernos las heridas y compartir la infinita pérdida. Tras dos rondas, le pedimos a Jose una cerveza para Emil. Tuvimos que insistir porque debió pensar que era una de las bromas macabras con las que ahuyentábamos la tristeza. Cogió su jarra de cristal, la llenó y la posó con reverencia al lado de las nuestras. Nos pasamos el resto de la noche brindando con ella. Observar las burbujas ascendiendo en el dorado elixir me produjo una curiosa paz y me reconfortó, sabiendo que a Emilio le habría gustado el homenaje (que no descarto repetir cada vez que vaya a nuestro bar de cabecera).

Y, hablando de homenajes, volví a darle vueltas en mi cabeza a alguna forma de honrar a mi querido Emilio. Me lo había sugerido el ilustrísimo Malperson y lo había estado barruntando ya durante la insomne noche anterior a nuestra despedida en el tanatorio de la M-30. Hay que reconocer que nuestros ritos funerarios son una puta mierda en comparación con otros. A mí cabeza vino el genial y emocionante discurso de John Cleese en el funeral de Graham Chapman y pensé que Emilio merecía algo así.

Mi primera idea fue la que refleja el título del post, aludiendo a una de las escasas herejías de la película de La Comunidad del Anillo, cuando Merry le pregunta a Legolas qué cantan los elfos de Lorien y este responde que es un lamento por Gandalf, pero no puede traducir las palabras porque para él el dolor es todavía reciente... ¡Nos ha jodido, elfo de mierda! Si no hace ni diez minutos que Mithrandir se ha hundido en la sombra. Tú dolor reciente, serás imbécil... lo que a mí me había espantado, regocijó en grado sumo al alma enanil de Emilio y me parecía un inicio prometedor para el homenaje, pero exigía demasiadas explicaciones para que todos los presentes llegaran a entender el sentido de mis palabras.

La segunda idea fue acudir a un albarrachiste. Nada habría gustado más a Emilio que le hubiésemos despedido con una sonrisa, provocada por el peor chiste posible. Mi adormecida neurona fue incapaz de encontrar uno a la altura del momento. Además, cualquiera de las bromas que hubiesen divertido a Emilio nos habría bajado aún más el ánimo y habría provocado el rechazo inmediato de la audiencia. Por si fuera poco, un chiste en un funeral se saltaría la más sencilla etiqueta póstuma. Como todos sabemos, lo único que le gustaba menos a Emilio que pontificar era saltarse las normas básicas del protocolo social.


Así que decidí optar por una breve reseña biográfica. El principio era claro y manifiesto: Emilio nació en una granja en las afueras de Florín, sus principales pasatiempos eran montar a caballo y… y dejaría la apócrifa línea temporal, aduciendo que el discurso iba a resultar demasiado largo. Sería el momento de hacer una breve aclaración sobre mi extraño inicio para algún tipo extraño que extrañamente no hubiese entendido a qué me estaba refiriendo con mis extrañas palabras. Acudiría a una de las frases de La Princesa Prometida que me llevaba acompañando desde mi triste aterrizaje en el 2020: “Abuelito, cuéntamelo bien. Emilio no se ha ido, Emilio está disimulando. Sería injusto que estuviera muerto”. Momento en el que estaría realmente preparado para entrar en materia:

Me hice amigo de Emilio en tercero de BUP, hace ya más de quince años. Mi mente imaginaba las leves risas que ocasionaría la penosa y manida broma.
Después todo sería sencillo, sólo tocaba resumir nuestra amistad de más de tres décadas con unas cuantas pinceladas. Pero me di cuenta de que por muy breves que fueran, serían demasiadas para ese instante tan concreto. No fue eso lo que me disuadió de hacerlo. Fueron las omisiones. Desde que me asaltó la terrible noticia, llevo sumido en un estado discontinuo de recuerdo perpetuo. Cada pocas horas me ataca una anécdota, una noche, un libro, una chica, una conversación, una borrachera, un partido, unos carnavales, una partida, una trilogía maratonizada, un mus, una tamarilla, cuatro cuartos de cordero, un punteo de Mark Knopfler, una copita en el Mercurio, un vaticinio errado o herrado, un alegato en favor del derecho de pernada, una camisa hortera, un gol del mundial, un demarraje de Perico, una frase sentenciosa, un cocido, una oveja que bala perdiendo un bocado, un que triste despertar, un ataque de tos detrás de una nube de humo, unos calcetines agujereados, un buho, un sorbete de mandarina, un coche donde es imposible dormirse, un autobús apestando a parmesano, una fiesta de fin de año, unos ronquidos elimina sueños, una sonora carcajada… La lista da para varios elepés de Sabina. Y, como decía, el problema no era la longitud excesiva de mis recuerdos, sino las ineludibles omisiones. Esos recuerdos que todavía no me habían alcanzado o que sólo habían fulgurado un instante en mi cerebro, para verse borrados por la avalancha de memorias que venían justo después.

Me di cuenta de que la tarea me excedía y que no iba a ser capaz de despedirme de Emilio. Por eso no pude articular palabra en esa fría mañana en la que el único sonido era el del coche que se llevaba el corpachón de nuestro amado amigo. Recordé el funeral de su padre y pensé que a Emilio también le habría gustado que le despidiésemos cantando la Internacional, mientras todos nos llevábamos una mano al corazón, en un movimiento perfectamente sincronizado, para alegrar su espíritu rolero… Pero, de alguna manera, cuando el coche empezaba a alejarse, imaginé que alguien lanzaba una flecha ardiendo y todos veríamos desde lo alto del puente de la M-30 alejarse el vehículo funerario en llamas, mientras retirábamos nuestras extremidades de nuestros maltrechos corazones. Todos, al unísono, nos llevaríamos una mano a la cabeza, una mano a la cabeza, un movimiento sexy. Nos miraríamos y sonreiríamos con los ojos llorosos proclamando que nada, nada de esto, nada de esto fue un error...

Esto no es una despedida. A pesar de la enorme tristeza, he disfrutado de cada foto que hemos compartido y me he emocionado saboreando todos sus recuerdos. Sé que Emilio me va a seguir acompañando siempre. Una forma de honrar esa compañía será recordarle, también públicamente. Por aquí también, posiblemente.

Uo.



viernes, julio 25, 2008

Bastión culinario

A las buenas, compañeros. Lamento, una vez más, mi prolongado silencio. Lo cierto es que, a pesar de mi perrería, no me decido a dar por concluida esta tarea (espero que en algún momento esto empiece a caminar de nuevo).

Mientras tanto y por si hay hambre, os informo, con la máxima moderación, que, de vez en cuando, me dejo caer por aquí. Saludos.

martes, marzo 25, 2008

Gol

No me acuerdo de cuando eché mi último polvo (mentira cochina, me acuerdo perfectamente, hasta el punto de poder dar la posición geográfica con la precisión de un GPS, las posiciones de otro tipo con la profesionalidad de Rocco Sigfredi, la duración del mismo con la sensibilidad de un reloj atómico, el día, la hora y el minuto en que se produjo con la exactitud de las Efemérides Astronómicas Internacionales y los detalles psicológicos de la interfecta con el distanciamiento de la doctora Melfi).

Enunciada mi confesión panterisizada, hoy quiero escribir sobre la mitificación del sexo, un acto de lo más placentero e interesante, pero evidentemente sobrevalorado en nuestra sociedad, hasta el punto de guiar comportamientos, finiquitar parejas, aniquilar amistades, enturbiar discernimientos y amnesificar cerebros. Todos conocemos cientos de ejemplos sobre las acciones enumeradas, pero me quiero centrar en una, muy concreta, la última para ser exactos, ya que he descubierto recientemente que mi prolongada sequía sexual me está haciendo olvidar las cosas importantes de la vida.

El momento de la iluminación me sobrevino el domingo pasado, a eso de las ocho y media de la tarde. Transitaba yo a la velocidad de crucero que me permiten mis piernas (unos diez kilómetros hora aproximadamente) por una planicie de un verde intenso, rodeado de un conjunto de deshechos humanos (treintañeros cada vez más próximos a dejar de serlo), ataviados con unos ridículos pantalones cortos, camisetas y petos rojos o azules, cuando un carril se abrió en la zona izquierda de la planicie. Forzando al máximo mi mermada musculatura, aumenté mi celeridad en otro kilómetro hora aproximadamente y, a punto de echar el bofe, conseguí proferir un grito de aviso, que bien podían haber sido mis últimas palabras, pero que el mediocentro de mi equipo, digno de cualquier unión deportiva de veteranos del IMSERSO, interpretó correctamente, lanzando un preciso y precioso pase al hueco. El vuelo del esférico completó una maravillosa parábola de una belleza tal que despejó todas mis dudas físicas y psicológicas. Un pase semejante sólo merecía un final. Con una agilidad inesperada, completé mis dos últimas zancadas, eché un vistazo al portero rival, situé el pie en el ángulo correcto y, con un sutil toque, nacido de una habilidad hace años olvidada, envié el balón al palo contrario, donde, con la suavidad de un milagro, golpeó dulcemente para acabar de alojarse en las redes, que lo acunaron como la más cariñosa de las madres. Hay sensaciones que no se pueden describir con palabras. Esta no (doble negación, o sea, que sí). Una sencilla y maravillosa palabra de tres letras: gol.

Lamento la decepción del lector habitual, pero a veces uno tiene que dar lugar a la sorpresa. Sé que todos esperabais un lamentable último evento que acabase con el bello momento recién narrado y que hiciera que la gloria de la pelota en las mallas no fuera más que otra triste utopía. Pero el caso es que fue gol. Después de un año sin jugar al fútbol, con las articulaciones anquilosadas, con el infarto acechante, con el patetismo de la media hora previa y de la media hora posterior, con las agujetas que aún me duran, con la endeblez de mis rivales (en un estado similar o peor que el mío), con la subjetividad de mi percepción (igual fue un melón al que di por casualidad), con todo lo que se os ocurra añadir: el caso es que fue gol. Y, entonces, la iluminación.

¿Por qué llevaba más de un año sin pensar en lo que mola meter un gol? ¿Qué clase de alienación moral puede hacer olvidar semejante disfrute? ¿En qué tipo de detrito ético me estoy convirtiendo? ¿Cuál es la causa fundamental, si es que existe, de esta anomalía mental?

El primer interrogante podría contraponerse a este: ¿por qué no paro de pensar en cuándo echaré el próximo polvo? Evidentemente, la biología domina sobre el intelecto, pero, aún así, es sorprendente la omisión inicial: más de un año sin recordar lo que mola meter un gol. El impulso reproductor es evidente, pero esto va más allá. Mi obsesión sexual anula otras, que podrían ser, al menos, tan importantes. Lo que me lleva a preguntarme qué otras cosas estaré dejando en el tintero por culpa de la ausencia de sexo compartido.

Esto me lleva a la alienación moral. Un gol se puede ver como un acto agresivo, un síntoma de rivalidad, un afán de competición, pero también es la obra de un grupo, aunando estrategia, habilidad, precisión y belleza. Supongo que al acto sexual se le pueden asociar epítetos bastante similares, pero existe una diferencia, en lo que a las implicaciones posteriores atañe. Las consecuencias sociales de un gol no suelen ir más allá del alegre pique con tus compañeros de partido. Mientras que las de un polvo pueden ser mucho más serias.

Establecida la superioridad moral del gol y asumida, por tanto, la alienación descrita, el siguiente paso en mi reflexión es el detrito moral en que me estoy convirtiendo. Cierto es que hay, basta otear otros posts, circunstancias ajenas al sexo y su ausencia que colaboran a esta degeneración personal. De hecho, son tantas y tan variadas que escapan a mi escasa capacidad de análisis.

Llegamos, pues, al territorio de las conclusiones.






Abandonado éste, una última reflexión: Siendo honesto conmigo mismo, la verdad es que tengo otras obsesiones mucho más dignas de su significado que “cuándo echaré el próximo polvo”. Los sempiternos problemas legales me impiden escribir sobre las mismas. Sólo añadir que, después del partido, acudí al Ibice, ilustre bar donde sirven el mejor bocadillo del mundo: panceta vegetal. Hacía más de un gol que no me comía ninguno. Con una sonrisa satisfecha, procedí a pedir uno y a ingerirlo extáticamente.


Quién sabe, el mundo pudiera estar cambiando.

martes, marzo 18, 2008

Huyendo

Desde hace un par de meses tenemos asistenta nueva en casa. La verdad es que fue un golpe inesperado cuando nos dejó la anterior. Llevaba varios años currando en casa y, aunque suene a tópico, era casi una más de la familia. Aparentemente, había encontrado un curro de jornada completa, que le venía de puta madre. Me alegré sinceramente de su mejora laboral, pero al cabo de unos días me entraron las dudas. ¿Sería un nuevo trabajo el verdadero motivo de su cambio o existiría otro?

Mi talante, habitualmente confiado y despistado, ha sufrido una mutación en el último par de años, lo que me hace plantearme que a J (la llamaremos así) le ha podido pasar algo parecido. ¿Qué otra motivación pudo hacer que J decidiese cambiar de aires? La respuesta acudió a mí en milisegundos, con artículo, nombre y apellido: el puto inquilino.

Es cierto que J nos profesaba a mi familia y a mí un gran afecto, pero el puto inquilino es demasiado. Si es duro convivir con él, no quiero ni imaginarme lo que puede ser tenerlo como jefe. Tardamos más de tres meses en encontrar una sustituta de J que, casualmente, viene a limpiar los martes.

Esta mañana, el despertador me ha devuelto la consciencia a las 9:15 AM. Un par de minutos después he escuchado los penosos lamentos de el puto inquilino, cuando abandonaba nuestro hogar para ir a currar. Con una sonrisa he disfrutado de este momento mágico que me proporciona la vida y, mucho más feliz, he decidido volverme a dormir, dando las gracias por mis prolongados momentos vacacionales (sólo enteramente disfrutables si el puto inquilino está currando). Y, de repente, ha acudido a mí la imagen de R (la nueva asistenta), llegando a las 2:00 PM y encontrándome en casa. Mi gozo en un pozo. Con él, mi sueño reparador.

No he podido afrontarlo. Comprendedlo, la fuerza de la costumbre, unida a mi descomunal capacidad para la resignación y la aceptación de las calamidades han hecho que mi vida sea llevadera, a pesar de la irrupción en la misma de el puto inquilino. Pero una cosa es soportar sus miserias y otra muy distinta justificarlas. Sencillamente, no me he atrevido a enfrentarme a los ojos acusadores de R, pensando que el horror de mi casa pueda tener algo que ver conmigo o que las licenciosas costumbres de el puto inquilino pudieran gozar de mis simpatías, connivencia o complicidad.

Así que he tenido que huir. He encontrado a un buen amigo que ha aceptado que le invitara a comer (20 euros), aunque entraba a trabajar a las 3:00 PM, por lo que me he ido a un Crisol (54,90 euros) para hacer tiempo hasta las 4:00 PM, momento en que empezaba la sesión de cine (7 euros) que he decidido ir a ver, para hacer tiempo, mientras R limpiaba. A la salida del cine, he comprobado con desasosiego que la hora era todavía peligrosa (las 5:35 PM), así que he disfrutado media hora en una tienda de delicatessen , donde he adquirido medio kilo de queso curado de leche de nutria (19,21 euros).

La tarde me ha salido por un pico, pero he comido unas acelgas cojonudas, tengo cuatro libros de aspecto estupendo (el último de Trueba, uno de cuentos eróticos de Roal Dahl, una novela de viajes en el tiempo de Joe Haldeman y uno de charlas científicas de Punset), he visto una película muy bonita (Juno, que hasta me ha sacado un par de lagrimitas) y el queso tiene un aspecto espectacular (tendré que esconderlo para que el puto inquilino no lo mancille (no es por mal rollo, su aspecto de nutria anoréxica (hablo de el puto inquilino, no del queso) me hace pensar que si lo consume podría estar perpetrando un acto similar a la antropofagia)). Pero por encima de estas consideraciones consumistas, la buena conciencia no tiene precio.

domingo, marzo 16, 2008

Putadas italianas (continuación)

Existen multitud de formas diferentes de medir el tiempo. Varios estupendos ejemplos nos los da la vida de Galileo. Parece ser que comprobó el periodo de oscilación de un péndulo contando los latidos de su corazón en la catedral de Pisa, mientras observaba un botafumeiro o similar. Mucho más divertida era la forma en que controlaba el tiempo en sus experimentos sobre la caída de los cuerpos. Hijo de músicos, el mismo era un buen laudista. Para calcular el instante en que caía una de sus bolas (sujeto experimental), tocaba una melodía y contaba las notas que había interpretado hasta que la bola había llegado al lugar de destino.

Más allá de Galileo, tenemos cientos de relojes, calendarios, clepsidras, pulsars y demás. Pero también es interesante la medida subjetiva del tiempo y para eso nada como las costumbres: los anuncios navideños, los coleccionables de septiembre, los fichajes de agosto, la canción del verano o las hemorroides de el puto inquilino. Lugares comunes que nos indican en qué fecha nos hallamos del año.

Y luego están los medidores subjetivos personales. Esos que sólo podemos entender cada uno. Para mí, últimamente, empieza a surgir la figura del viaje de fin de curso. Oteando el marchito blog, observo que mi última etapa fructífera en el mismo coincidió con mi retorno del viaje del año pasado y no me resisto a contaros las putadas de este año. Es cierto que han habido sucedidos y, sobre todo, sensaciones que merecen muchas más letras, pero me sigo guiando por los consejos de mi abogado sobre desvelar públicamente mis amores adolescentes. Así que voy con las putadas, también conocidas como bromas.

Al contrario que el año pasado, en que los chavales iban todo el rato con la mosca detrás de la oreja (lo que nos llevó a una broma retroactiva (ver capítulos anteriores)), este año el grupo era la candidez global cósmica. La verdad es que hemos desaprovechado una ocasión única para triunfar con nuestras putadas, pero tampoco hay que abusar.

Hicimos un par de clásicas: los cuernos del Moisés de Miguel Ángel, lejos de representar los rayos de la divinidad, aludían a motivos de la vida de Moisés (il cornutto de la Biblia) y a sucedidos de las vidas de los propios Miguel Ángel y Julio II (tuvimos que acudir a un primo de éste, al que su mujer había puesto los cuernos con Miguel Ángel, ya que la guía local se vio incapaz de ensuciar el nombre del casto papa). La otra clásica fue ponerles a buscar el símbolo de Benetton en la portada de la Catedral de San Marcos (por aquello de ser Venecia la capital del Véneto). Pero las que se han llevado la palma han sido las nuevas.

La primera la perpetramos en Siena. Les contamos cómo Julio Cesar, después de su primera guerra en las Galias, había hecho desfilar a su ejercito en la medieval (esto no se lo dijimos) Piazza del Campo, justo antes de llegar a Roma, donde fue recibido con todos los honores y nombrado emperador. El incauto Cesar no hizo lo mismo después de la segunda guerra (??). Al llegar a Roma fue asesinado. Por este motivo, es costumbre que todos los viajeros que pasan por Siena, camino de Roma, desfilen por la Piazza, haciendo una reverencia ante la puerta del ayuntamiento, lo que no hizo Cesar, pero adorna el vídeo. Estuvieron estupendos (hasta daba pena grabarlos (gggg)).

La segunda fue más elaborada. De hecho empezó a preparase en Madrid, en la mercería de al lado de mi casa, donde compré nueve metros de cinta de colores (negro, verde, rojo y amarillo). Con ayuda de unos trozos de velcro, hice una cinta de unos veinte centímetros para cada uno de los chavales. Cuando empezamos la visita por el Coliseo, les contamos que la cinta era el distintivo del grupo y que la tendrían que llevar en un lugar bien visible, a ser posible en la oreja, prendida del auricular que teníamos que portar durante la visita. El éxito fue clamoroso (casi la tercera parte las llevó directamente en la oreja y el resto las lució en zonas claramente oteables -como también demuestra el vídeo). Curiosamente, ninguno de mis queridos alumnos se extrañó al no ver semejantes distintivos en ninguno de los grupos de turistas con los que nos cruzamos.

Para ahondar en el cabronismo, hemos decidido no contarles nada y esperar a que lo vean todo en el vídeo. Claro que están un poco moscas, después de que lo único que les preguntaron los de segundo de bachillerato era que cuál había sido la broma de este año.

miércoles, enero 02, 2008

Con dos cojones

El estado semivacacional que produce un puente largo (recordad que en el gremio de los maestros las vacaciones se miden en meses, por lo que, con toda propiedad, se puede decir que los paupérrimos diecisiete días que nos dan en las navidades suponen un escueto puente largo) induce un ánimo reflexivo, que, con el puto inquilino en la lejanía, puede llevar al hallazgo de distintas noticias que pueden animar un día tonto. Por si lo tenéis, os dejo unas perlas que pueden alegrar vuestras vidas, mejorar vuestro humor, aumentar vuestra sabiduría y alimentar vuestros sueños.

Empezamos con el descubrimiento de un grande de España: Leoncio Calle Pila, vecino de la ilustre villa de Santoña y miembro de una especie en vías de extinción: el concejal de Falange. Un prohombre que ante la perspectiva de privar a su bienamada ciudad del homenaje a uno de sus más notables ciudadanos, ofrece su vida y su servicio, con dos cojones.

Pero esta no es la única acción del inefable Leoncio. Hace ya algunos años, propuso a los miembros de la Benemérita el uso de armas de fuego para repeler agresiones, para encarcelar a los agresores en los calabozos, donde, tranquilamente, les podrían dar por culo. Así mismo, propone una medida para acabar con la lacra de las drogas en nuestra sociedad. No os la perdáis.

Dejamos atrás al ilustre Leoncio y sus simpáticas propuestas y vamos con otro gran español, obviamente cojonado. No diré sus apellidos, porque los ignoro. Este forjador de País, dedica su vida a la sana y necesaria labor de la educación. Durante años, ha llevado adelante dos colegios madrileños, a pesar de los sinsabores y la ingratitud con la que se ha encontrado muchas veces. Como muestra, esta noticia fechada en 1979 nada menos. ¡Peste de padres!

Pero no todo son noticias sombrías, amigos. La paciencia tiene su recompensa. Once años de espera, pero todo llega: por fin podemos ir a por Buttercup.

Feliz año, por cierto.

viernes, diciembre 28, 2007

Brown eyed girl

Nota informativa: este post fue pergeñado hace algunas (no muchas) fechas y tuvo una vida onlain de cuatro horas y media. Tras una beódica conversación se me ha acusado de abandono bloguero. Por este motivo, decido republicar esta entrada, para la que recomiendo el consumo de palomitas.



Llevo un chuzo correspondiente a la noche en blanco que atesoro...

En fin, lamento la puesta en común, pero questa nocte he sido partícipe de una serie de confesiones que me inspiran el presente post.

Veamos, un muy buen amigo me comentó su reciente mal rollismo noviil, para con su novia. Básicamente (no estoy para sutilezas), ella estaba en modo anal: "Paso de todo lo que digas/propongas/hagas, porque estoy en modo anal". Desde fuera, la opinión es sencilla doble con queso. Pero él me dio un argumento definitivo: She is my brown eyed girl. Así que calléme.

Un par de copas después, una cuasi mejor amiga me comentó sus cuitas para con su él: "le mola una del gimnasio, pero yo mucho más". "Tras mucho puteo, apuesto por él: He is my brown eyed boy"... ¿qué puedo decir?

Esquivado el anterior marrón, me encuentro con el siguiente: Una pareja de lo más mejor bien avenida. Parecen felices por su más que próxima siguiente materni-paterni dad (y van tres). Pero hablando con ambos dos, empiezan a aflorar sendos malrollismos: que si no me entiende, que si va a su bola, que si yo doy más, que si no puedo con tanto agobio... Yo, en un alarde de buena amistad, no exenta de peligros, les pregunto que si van a seguir adelante: "s/hes my brown eyed mate..." what to say?

A tres patas me arrastro hasta el siguiente bar. Allí me encuentro con una reconciliación contra natura, pero shehe is my brown eyed girl...

Huyendo cual miserable doble con extra de lechuga, arribo a un bareto infecto, de dudosa catadura y obvia garrafilitud. Y me encuentro con mi más que mejor amigo, apunto de liarse con su más perniciosa ex, por supuesto brown eyed girl.

Un colega, que no amigo, me salva del asunto, pero hay una trampa subyacente; ¿Qué opino de su siguiente ligue? (penosa, chuza, acaparadora, egoísta y, sin embargo, brown eyed girl).

En fin... qué decir... ¿puedo tener la mía? Pues la tengo y a mucha honra...

Cenquiu beri mach.

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