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Ignatius nació en una granja en las afueras de Florín. Sus principales pasatiempos eran comer panceta y atormentar al muchacho que vivía con él: "Puto inquilino, abrillanta mi silla de montar. Quiero ver mi rostro reflejado en ella."

martes, enero 07, 2020

Un lamento por Emilio


Ayer fue mi primer día en el Tux después de lo de Emilio. Nos juntamos cuatro amigos para lamernos las heridas y compartir la infinita pérdida. Tras dos rondas, le pedimos a Jose una cerveza para Emil. Tuvimos que insistir porque debió pensar que era una de las bromas macabras con las que ahuyentábamos la tristeza. Cogió su jarra de cristal, la llenó y la posó con reverencia al lado de las nuestras. Nos pasamos el resto de la noche brindando con ella. Observar las burbujas ascendiendo en el dorado elixir me produjo una curiosa paz y me reconfortó, sabiendo que a Emilio le habría gustado el homenaje (que no descarto repetir cada vez que vaya a nuestro bar de cabecera).

Y, hablando de homenajes, volví a darle vueltas en mi cabeza a alguna forma de honrar a mi querido Emilio. Me lo había sugerido el ilustrísimo Malperson y lo había estado barruntando ya durante la insomne noche anterior a nuestra despedida en el tanatorio de la M-30. Hay que reconocer que nuestros ritos funerarios son una puta mierda en comparación con otros. A mí cabeza vino el genial y emocionante discurso de John Cleese en el funeral de Graham Chapman y pensé que Emilio merecía algo así.

Mi primera idea fue la que refleja el título del post, aludiendo a una de las escasas herejías de la película de La Comunidad del Anillo, cuando Merry le pregunta a Legolas qué cantan los elfos de Lorien y este responde que es un lamento por Gandalf, pero no puede traducir las palabras porque para él el dolor es todavía reciente... ¡Nos ha jodido, elfo de mierda! Si no hace ni diez minutos que Mithrandir se ha hundido en la sombra. Tú dolor reciente, serás imbécil... lo que a mí me había espantado, regocijó en grado sumo al alma enanil de Emilio y me parecía un inicio prometedor para el homenaje, pero exigía demasiadas explicaciones para que todos los presentes llegaran a entender el sentido de mis palabras.

La segunda idea fue acudir a un albarrachiste. Nada habría gustado más a Emilio que le hubiésemos despedido con una sonrisa, provocada por el peor chiste posible. Mi adormecida neurona fue incapaz de encontrar uno a la altura del momento. Además, cualquiera de las bromas que hubiesen divertido a Emilio nos habría bajado aún más el ánimo y habría provocado el rechazo inmediato de la audiencia. Por si fuera poco, un chiste en un funeral se saltaría la más sencilla etiqueta póstuma. Como todos sabemos, lo único que le gustaba menos a Emilio que pontificar era saltarse las normas básicas del protocolo social.


Así que decidí optar por una breve reseña biográfica. El principio era claro y manifiesto: Emilio nació en una granja en las afueras de Florín, sus principales pasatiempos eran montar a caballo y… y dejaría la apócrifa línea temporal, aduciendo que el discurso iba a resultar demasiado largo. Sería el momento de hacer una breve aclaración sobre mi extraño inicio para algún tipo extraño que extrañamente no hubiese entendido a qué me estaba refiriendo con mis extrañas palabras. Acudiría a una de las frases de La Princesa Prometida que me llevaba acompañando desde mi triste aterrizaje en el 2020: “Abuelito, cuéntamelo bien. Emilio no se ha ido, Emilio está disimulando. Sería injusto que estuviera muerto”. Momento en el que estaría realmente preparado para entrar en materia:

Me hice amigo de Emilio en tercero de BUP, hace ya más de quince años. Mi mente imaginaba las leves risas que ocasionaría la penosa y manida broma.
Después todo sería sencillo, sólo tocaba resumir nuestra amistad de más de tres décadas con unas cuantas pinceladas. Pero me di cuenta de que por muy breves que fueran, serían demasiadas para ese instante tan concreto. No fue eso lo que me disuadió de hacerlo. Fueron las omisiones. Desde que me asaltó la terrible noticia, llevo sumido en un estado discontinuo de recuerdo perpetuo. Cada pocas horas me ataca una anécdota, una noche, un libro, una chica, una conversación, una borrachera, un partido, unos carnavales, una partida, una trilogía maratonizada, un mus, una tamarilla, cuatro cuartos de cordero, un punteo de Mark Knopfler, una copita en el Mercurio, un vaticinio errado o herrado, un alegato en favor del derecho de pernada, una camisa hortera, un gol del mundial, un demarraje de Perico, una frase sentenciosa, un cocido, una oveja que bala perdiendo un bocado, un que triste despertar, un ataque de tos detrás de una nube de humo, unos calcetines agujereados, un buho, un sorbete de mandarina, un coche donde es imposible dormirse, un autobús apestando a parmesano, una fiesta de fin de año, unos ronquidos elimina sueños, una sonora carcajada… La lista da para varios elepés de Sabina. Y, como decía, el problema no era la longitud excesiva de mis recuerdos, sino las ineludibles omisiones. Esos recuerdos que todavía no me habían alcanzado o que sólo habían fulgurado un instante en mi cerebro, para verse borrados por la avalancha de memorias que venían justo después.

Me di cuenta de que la tarea me excedía y que no iba a ser capaz de despedirme de Emilio. Por eso no pude articular palabra en esa fría mañana en la que el único sonido era el del coche que se llevaba el corpachón de nuestro amado amigo. Recordé el funeral de su padre y pensé que a Emilio también le habría gustado que le despidiésemos cantando la Internacional, mientras todos nos llevábamos una mano al corazón, en un movimiento perfectamente sincronizado, para alegrar su espíritu rolero… Pero, de alguna manera, cuando el coche empezaba a alejarse, imaginé que alguien lanzaba una flecha ardiendo y todos veríamos desde lo alto del puente de la M-30 alejarse el vehículo funerario en llamas, mientras retirábamos nuestras extremidades de nuestros maltrechos corazones. Todos, al unísono, nos llevaríamos una mano a la cabeza, una mano a la cabeza, un movimiento sexy. Nos miraríamos y sonreiríamos con los ojos llorosos proclamando que nada, nada de esto, nada de esto fue un error...

Esto no es una despedida. A pesar de la enorme tristeza, he disfrutado de cada foto que hemos compartido y me he emocionado saboreando todos sus recuerdos. Sé que Emilio me va a seguir acompañando siempre. Una forma de honrar esa compañía será recordarle, también públicamente. Por aquí también, posiblemente.

Uo.



2 Comments:

Blogger Daniel Albarracín said...

Un brindis por Emilio cada vez!!!. Leo, me ha encantado...

8:21 p. m.  
Blogger Ignatius said...

Muchas gracias, porterazo!!
A ver cuándo brindamos ;)

11:34 p. m.  

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