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Ignatius nació en una granja en las afueras de Florín. Sus principales pasatiempos eran comer panceta y atormentar al muchacho que vivía con él: "Puto inquilino, abrillanta mi silla de montar. Quiero ver mi rostro reflejado en ella."

domingo, marzo 11, 2007

Apatía

El otro jueves, en el metro camino del cole, tuve un primer atisbo de la próxima primavera. Su visión supuso un deleite inesperado a esas horas no muy tempranas de la mañana (el jueves es el único día que entro a una hora razonable).

La visión iba acompañada por otra chica y las dos iban charlando con un delicioso acento andaluz. Al llegar a Avenida de América, la amiga de la primavera abandonó el vagón, dejando a mi espectacular sorpresa matutina sola, sentada en el asiento de enfrente al mío.

Yo iba leyendo un libro y ella tenía un par de periódicos desplegados en el asiento de al lado, en los que iba subrayando artículos y recortándolos.

Con penoso fingimiento, me dediqué a otearla por encima de mi libro con el modo fantaseo en on. La chica era guapísima y, además, estaba como un queso. Mi mente empezó a imaginar lo estupendo que sería no ser un cobarde-gallina-capitán-de-las-sardinas y forzar una conversación casual en el metro. Con mi gracejo y simpatía natural conseguiría el número de su móvil, la llamaría esa misma tarde, tendríamos un apasionado encuentro sexual y seríamos felices y comeríamos perdices el resto de nuestras agotadoramente lascivas vidas.

El ejercicio de disimulo no fue fácil ni exitoso al cien por cien. Así, nuestra miradas se encontraron cinco veces durante las siguientes tres estaciones, lo que acrecentó exponencialmente mi fantasía. Tenía que hacer algo. Sólo quedaba una parada hasta Saínz de Baranda. No podía dejar pasar la ocasión, iba argumentando en mi cabeza. Pero sabía que mis argumentos no tenían nada que hacer contra la certeza de mi verdadera naturaleza de acusica-cobardica. Sabía que no tenía ni una sola oportunidad. Simplemente no me iba a atrever. Si sólo sucediera algo... bueno, un milagro...

Y, entonces, ocurrió. La funda de su pilot negro salió inesperadamente volando en una gloriosa trayectoria parabólica en mi dirección. Con asombro, observé cada segundo de su vuelo, consciente de que ahí estaba la oportunidad, el milagro. La tapa del boli siguió el camino que le dictaban las leyes de Newton con una velocidad pasmosamente pausada. El tiempo parecía congelado. A cámara lenta, la funda llegó al suelo. Pero dos rebotes inesperados la alejaron metro y medio de mis brazos.

La chica se quedó esperando, mientras yo estudiaba el lugar de aterrizaje de la tapa de su boli. Tras un segundo de reflexión, lo vi claro: estaba demasiado lejos. Me tendría que incorporar, dar un paso, flexionar mis rodillas, agacharme y recogerla del suelo. Si sólo hubiera caído cincuenta centímetros más cerca.

Ella esperó otro par de segundos. Entonces se incorporó, dio tres pasos (ella estaba más lejos), flexionó sus delicadas rodillas, se agachó con suavidad y recogió la funda grácilmente. Volvió a su asiento y prosiguió con el subrayado, mientras el tren llegaba a la estación de Saínz de Baranda.

No me sentí mal, ni fatal, ni peor. Ni siquiera fracasado. La funda, sencillamente, había aterrizado demasiado lejos.

Lo cierto es que ahora, tras cuatro días de recuerdos onanistas, empiezo a cuestionar mi actuación o, mejor, la ausencia de la misma. No sé, quizás envíe un mensaje a los encuentros del nuevo Tentaciones: "te conocí en el metro, nuestros ojos se encontraron, una oleada de electricidad estática me recorrió y sentí que estábamos hechos el uno para el otro. Creo que a ti te pasó lo mismo. Lanzaste la funda de tu boli. Pero tienes un puntería de mierda. No te preocupes, amor, nadie es perfecto. ¿Quieres que nos veamos? Yo no paro de pensar en ti". O, a lo mejor, no lo envío.

3 Comments:

Blogger Lola said...

Curioso, me acaba de pasar lo mismo hace diez minutos. Estaba en el supermercado haciendo cola para pagar, Entonces me miró, yo le miré y pensé, que chico más guapo e interesante, lo escuche hablar por el móvil, me encanto su voz, intente ser discreta, pero no lo fui, me acerque a su cesta, estuve apunto de decirle algo, como cuanta gente o un comentario de ese tipo, muy poco sutil, claro, lo único que se me ocurrió fue enseñarle el libro que llevaba, pero como pude creer que se puede ligar con un desconocido, llevando entre las manos un libro de dirección estratégica. Quizás haga como tú, escriba a tentaciones y diga, pregunto por el chico de los espárragos trigueros y el traje azul, que me miro con complicidad y me dejo pasar, la chica, de la poca estrategia. Tenía que haberle dicho algo, pero no me atreví, ahora soñaré despierta con encontrármelo en la sección de congelados.
Besos
Lichun

http://lluvia1980.spaces.live.com/

8:23 p. m.  
Blogger Ignatius said...

Carámbanos, Lichun-Lola, que alegría leer de ti. Mira que intentar ser discreta, TÚ. Creo que deberías haberle atropellado con el carrito (lo veo más en tu estilo).

En cualquier caso, no desesperes, ese hombre no te convenía: Traje azul y espárragos trigueros: malo-malo, creo que le vi el otro día en el metro (no era tan guapo).

Eso sí, como pongas un mensaje en tentaciones, prometo aparecer yo, como quien no quiere la cosa (creo que tengo espárragos en el supermercado).

Besos. (El tuxcla te echa de menos (por no hablar de mí)).

9:14 p. m.  
Anonymous Anónimo said...

Yo también los echo de menos. Ahora vivo 5 paradas de metro más allá, prometo visitilla. Besos, ahora, desde la línea naranja.
Lichun

12:43 a. m.  

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