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Ignatius nació en una granja en las afueras de Florín. Sus principales pasatiempos eran comer panceta y atormentar al muchacho que vivía con él: "Puto inquilino, abrillanta mi silla de montar. Quiero ver mi rostro reflejado en ella."

sábado, agosto 19, 2006

La panceta santoñesa

Después de un viaje, uno no puede evitar transformarse interiormente. No son variaciones radicales (normalmente), pero se puede decir que siempre te traes algo de los lugares que visitas. A veces es algo intangible. La gente detecta algún cambio, pero no sabe concretarlo. Uno mismo se siente distinto, como desubicado. Con el tiempo, el cambio se suaviza o atenúa o, simplemente, nos acostumbramos tanto a él, que lo incorporamos a nosotros.

Mis vacaciones me han cambiado y soy consciente de esta metamorfosis. No la puedo localizar exactamente, pero es algo mensurable. Si no me creéis, os puedo dar el dato exacto. Me he traído de los lugares visitados y, por tanto, las vacaciones me han cambiado exactamente cuatro kilos setecientos veintidos gramos. Confieso que me temía algo mucho peor. Sobre todo después de su accidentado comienzo.

Yo siempre he sido de buen comer. Mis hazañas gastronómicas han sido vitales para mi familia. Durante años, la terapia familiar para evitar trapos sucios, malos rollos, inquinas, peleas ancestrales y envidias era referirse a alguno de mis grandes momentos culinarios. Yo, a pesar de todo, quiero a mi familia y para evitar una reiteración excesiva en la misma anécdota, me dediqué durante varios años a realizar exhibiciones zampadoras, lo que me granjeó una merecida fama de saco sin fondo que hacía las delicias de casi todo mi linaje.

Pero uno se va haciendo mayor. Los metabolismos cambian y la comida, que tiene esa gran empatía, detecta el cariño y el amor, por lo que decide quedarse conmigo, engordando mi antaño enjuta figura. La época de las hazañas quedó atrás y me he convertido en una digna vieja gloria. Pero, cual Zidane en Alemania, cualquier vieja gloria puede reverdecer sus laureles, siempre que encuentre un desafío a su altura.

Y esto es lo que me pasó en Santoña, en mi primer día oficial de vacaciones post viaje. ¿Qué mejor desafío que putear a un amigo, cuando de por medio hay dos kilos y medio de panceta?

Acudíamos en procesión anual a celebrar el cumpleaños del Esquiador Rojo. La principal cita de la romería consiste en una espectacular barbacoa que un año sí y otro también desemboca en ágape. Su único defecto histórico es la “escasez” pancetaria. Entrecomillo escasez porque el problema radica simplemente en que nunca había sobrado panceta. En realidad no se debía a un problema estrictamente de cantidad (muchos años había sido lo que más se había comprado). El quid está en que mi grupo de amistades está saturado de pancetómanos, entre los que, felizmente, me hallo.

Este año el Esquiador Rojo había decidido ceñirse a la oferta de la carnicería (otros años también visita, con gran éxito de público y crítica, la pescadería). Varios compañeros le hicimos ver que dos kilos y medio de panceta resultarían de nuevo insuficientes.

-Pues compro hasta llegar a cuatro –propuso, levemente picado.

-Bueno, si quieres que nos quedemos con hambre –respondimos entre risas.

-Y va a sobrar –añadió algo más picado (lo que resulta extraño porque nunca se pica).

Las risas se convirtieron en clamor (sobre todo por mi culpa).

Así que, sin comerlo (de momento) ni beberlo, me vi ante el reto de acabar con cuatro kilos de panceta, con la colaboración de unos cuantos estómagos agradecidos y dos pancetómanos que, en ese momento, viajaban desde Madrid. Sí, sé que no se puede hablar de reto: era una mariconada, por lo que decidí tomarme una ración de rabas para merendar, lo que supuso mi primer error.

El resto de errores (seiscientos catorce) fueron bastante reiterativos. Para no aburriros os pongo tres consecutivos y vosotros sacáis la secuencia:

Esquiador Rojo: ¿Quieres más panceta?

Ignatius: Menos mal que lo ofreces, me estaba quedando en los huesines.

Conversación general sin importancia. Un minuto más tarde:

Esquiador Rojo: ¿Quieres más panceta?

Ignatius: Pues sí, porque no la he probado y me han dicho que escasea.

Aburrida conversación de relleno. Un minuto más tarde:

Esquiador Rojo: ¿Quieres más panceta?

Ignatius: ¿Hay más? Qué alegría, pensaba que este año tampoco la cataba.



Lo peor del asunto es que mi derrota estaba escrita de antemano. El Esquiador Rojo había movido sus perversos hilos en dos direcciones. La primera, en las carnicerías santoñesas, donde adquirió otros tres kilos de panceta, en lugar del acordado kilo y medio. La segunda en la N-I, averiando con su poderes telequinésicos el coche que transportaba mis refuerzos (los dos pancetómanos no iban a llegar a la cena).

Al final, sobró medio kilo (según confesión del Esquiador), lo que se puede considerar honroso, teniendo en cuenta que fui uno de los pocos que no le hizo feos al resto de vituallas (no sé decir no, sí sé decir más, me bebo la vida a cucharás…).

Hubo otros momentos memorables en Santoña, como el marmitaco de Ina o el rape+sardinas del merendero, así como alguna sonora decepción como la mierda de rabas que ahora ponen en el Copacabana (antiguo Brasil). Pero no queda hueco aquí para ellos (la panceta lo llena todo).

6 Comments:

Anonymous Anónimo said...

Las rabas ya no son lo que eran. Bueno, siempre fueron calamares, aunque el Esquiador Rojo se empeñara en llamarlas asi. Por no mencionar a los jibiones...
Por cierto, el Alba tampoco es lo que era...
Ains, cuanta decadencia...

11:07 a. m.  
Blogger Ignatius said...

Ya hablaremos del Alba, querido elpep, no me he olvidado del efecto geriátrico (aunque el Mercurio tampoco es lo mismo: TIENEN VASOS ANCHOS)

11:11 a. m.  
Anonymous Anónimo said...

Pues yo creo que uno de los aliados en la panceta de Ignatius , miente cuando dijo que no pudo llegar por que el coche se le había averiado. TUBO MIEDO!, miedo a no poder acabar con todos los kilitos que compró el ejki. Este individuo , que de momento mantendremos en el anonimato , pero que se parece a Alex de la Iglesia , y responde al nombre de Emilin, ya dió muestras de debilidad en el pasado. Se ha intentado mantener en secreto sus pecados , pero como a Gunter Grass , el pasado le persigue ( sueltame pasado!). Hace 7 años , en Laredo , fué incapaz de acabar con un sanwich cubano!!!. Como podemos confiar en este personaje para una gesta pancetil?

1:34 p. m.  
Anonymous Anónimo said...

Podemos. Por que a pesar de algunas fallas en su caracter demostradas en el pasado, Emilin esta huevo, como todos sabemos. Lo cual le da un inmenso volumen para llenar con panceta. Y no el tipico estomaguin.
Eso si, a ti Colignon666 te jode lo del Patxi del año, reconocelo....
Que por ahi van tus quejas....

1:53 p. m.  
Anonymous Anónimo said...

Bien, donde dice huevo deberia decir vacio, claro.
O bien hiperbole.
Escojan ustedes.

2:38 p. m.  
Blogger Ignatius said...

Es cierto, coligñon, que el llamado Emilín se ha convertido en una vieja gloria y que, posiblemente, no esté para gestas. Pero sólo hubiese tenido que consumir 250 gramos de panceta, lo que podría hacer cualquiera o cualquiese. Creo que elpep tiene razón con el leve resquemor que detecta en su aserto sobre el espinoso asunto del patxi del año.

2:59 p. m.  

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