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Ignatius nació en una granja en las afueras de Florín. Sus principales pasatiempos eran comer panceta y atormentar al muchacho que vivía con él: "Puto inquilino, abrillanta mi silla de montar. Quiero ver mi rostro reflejado en ella."

miércoles, agosto 30, 2006

the attack of the killing pinos from hell

Me estaba acabando la segunda copa, cuando me vino el apretón. La verdad es que no es muy buena idea zamparte un cocido antes de una salida, pero no pude evitarlo.

El caso es que estaba en el Mercurio, con unas ganas de cagar que no podía ni hablar. La sola posibilidad de desalojar el intestino ahí, me ponía los pelos como escarpias. Una cosa es echar una (o siete) meaditas, pero para plantar un pino se requiere algo más de higiene.

Hice un repaso mental de los sitios cercanos y sus respectivos W.C.: la situación era dramática. Pero mi cerebro a veces me reserva alguna sorpresa. Deseché todos los bares de copas de la zona y me decidí por el Vips. Me felicité por mi brillante deducción: un sitio cercano y limpio, buen rollito.

Durante el camino, adorné mi raudo caminar con algunas contorsiones, para esquivar a algún borracho y para evitar una evacuación prematura. Llegué al Vips que estaba hasta el culo de gente. Con paso firme me dirigí a los servicios, cuando una voz dijo mi nombre. Era un tipo de la facultad al que llevaba sin ver por lo menos seis años y del que no recordaba casi nada, ni siquiera el nombre. Sin embargo él parecía tener una memoria mucho más nítida respecto a mí, ya que no paraba de relatarme cosas que nos pasaron juntos en aquellos tiempos. A pesar de lo borde que estuve, la conversación no bajó de los quince minutos. Todas las alarmas sonaban en mi cuerpo.

Acudí a la sinceridad para librarme de él y, contra todo pronóstico, la historia coló. Entre el sufrimiento extremo y la liberación total, recorrí los últimos metros que me separaban del ansiado cuarto de baño. Bajé el pomo de la puerta, pero no se abrió. Reparé entonces en un cartel que decía: "Disculpen las molestias, W.C. en revisión". Me di la vuelta, dispuesto a entrar en el de las tías, pero un letrero gemelo del masculino colgaba de la puerta, justo debajo del triángulo de la falda. Un amable empleado del lugar, que pasaba por allí, me informó de que no me preocupara, ya que los abrirían en un cuarto de hora. Mi cuerpo reaccionó violentamente ante la información, dejándome bien claro que no disponía de tanto tiempo.

Con un gesto de agradecimiento, me despedí del dependiente y salí precipitadamente, ignorando el saludo de mi antiguo compañero. Recordé los tiempos del Interrail, la respuesta era el MacDonalds, eso sí que eran baños limpios. La visión era tan clara en mi mente, que mi cuerpo estuvo a punto de dejarse llevar, pero un doble tirabuzón invertido evitó la tragedia.

Corrí como alma que lleva al diablo. A pesar de la hora, era fin de semana, podía estar abierto. Al cruzar la glorieta me pareció ver la eme bien iluminada. Aceleré la marcha, pero llegué demasiado tarde. Ante mis ojos, una fría y hostil chica, debajo de una gorra, en una camisa a rayas estaba echando el cierre sin ningún tipo de compasión. Mi estómago rugió.

Con la vista desenfocada divisé un local, probablemente el más pijo de la zona. A duras penas, disimulé mi angustia para que el portero me dejase pasar. Dentro del local, pregunté por los baños y el camarero me dijo que si quería ir al servicio tenía que consumir algo. Pedí un Dyc-cola. El cabrón de detrás de la barra me informó de los precios sin competencia del lugar. Con dolor de mi corazón, le di los diez euros que me exigía. El camarero estudió el billete unos segundos, que se me hicieron horas, y me dijo que el baño estaba al fondo a la derecha. Con mis últimas fuerzas me arrastré hasta allí.

Hay que reconocer que el baño estaba de puta madre. Eché el cerrojo, me bajé los pantalones y me senté dispuesto a disfrutar del gran momento que se avecinaba, pero mis ojos me enseñaron algo terrible. Recurriendo a un dominio más allá de lo humano, conseguí detener a mi aparato digestivo en el último momento, cuando comprobé que no había papel. Mi cerebro consiguió convencer a mi cuerpo con el razonamiento de que había otros tres váteres en un rango de diez metros cuadrados. Ninguno tenía papel. Salí del local en menos de diez segundos (seguro que batí algún récord).
Con el rostro desencajado por la terrible sensación de derrame interno, conseguí llegar al siguiente local. No me fijé en nada ni nadie. La fuerza me guió rápidamente hasta el lugar que habría de poner fin a mi terrible agonía. Una cola de seis tipos, me hizo desviarme al baño de las tías, donde milagrosamente no había nadie. El baño no estaba muy limpio y sólo había un váter, pero había papel. Hacía mucho tiempo que mis escrúpulos me habían abandonado, me bajé los pantalones y, justo cuando me iba a sentar, entró una chica, que me pilló con los pantalones y los gayumbos a la altura de las rodillas. Obviamente, el cerrojo no funcionaba. La cara de espanto de la chica me dejó bien claro que no volvería, por lo que tuve que colocar un pie cerca de la puerta para evitar más intromisiones.

Mi equilibrio era algo inestable debido a la acrobática postura que había adoptado, pero poco importaban ya esos detalles. El momento del parto fue apoteósico, todo el dolor había merecido la pena, había dado a luz al pino más impresionante de toda mi vida, pero no lo había hecho en el lugar adecuado. No me refiero al asunto de estar en el baño de las chicas, sino a que mi posición inverosímil había hecho errar mi cálculo de la trayectoria, sólo por centímetros. Mi pino descansaba majestuosamente en el suelo, a menos de un palmo de su lugar de aterrizaje teórico.

En fin, es la vida. Me limpié pausadamente y salí, dedicando una gran sonrisa a las siete chicas que esperaban pacientemente su turno.

5 Comments:

Anonymous Anónimo said...

Citando al ya clásico Andres Montes "la vida puede ser maravillosa".

Gracias, Ignatius, por fallar "sólo por unos centímetros" y por su sonrisa. Épico-mítico.

Nota mental: no leer el blog en el curro.

5:03 p. m.  
Anonymous Anónimo said...

Debo estar un poco loca, pero lo primero q me ha venido a la cabeza ha sido:
"¿ estaba todo el pino fuera del váter? ¿O una parte dentro y otra fuera?"
"¿y lo dejó ahí plantado?"
"Pues daría un tufoooo..."
"¿Y las chicas no le dijeron nada?"

6:24 p. m.  
Blogger Ignatius said...

querido palantir, si se falla hay que fallar por centímetros (y más en estos casos). Respecto a su nota mental, espero que no sea muy seguida porque me quedaría sin clientela.

Enfin, sus preguntas son, sin duda, fruto de una profunda reflexión. Intentaré aclararle todos los interrogantes:

el pino estaba integramente en el suelo (creo que así queda mucho mejor el asunto).

bueno, ¿hay algo mejor para un pino que dejarlo plantado?

nada de tufo.

las reacciones fueron, en general, negativas, pero sólo por la sonrisa, el pino no tuvo nada que ver.

8:00 p. m.  
Blogger Eulalia said...

¿Sabes qué?
Vaya tu pino por todas las meadas que las chicas hemos echado en los lavabos de los chicos de pie, con el bolso colgado del cuello, el abrigo arremangado y suplicando al cielo para que ningún hombre destrozara de un empujón nuestro tobillo sujeta-puertas...

10:47 p. m.  
Blogger Ignatius said...

No sabes cómo te entiendo, Eulalia, sobre todo ahora, después de mi dramática experiencia (la próxima vez pienso llevar bolso y abrigo, para que no se diga).

11:26 p. m.  

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