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Ignatius nació en una granja en las afueras de Florín. Sus principales pasatiempos eran comer panceta y atormentar al muchacho que vivía con él: "Puto inquilino, abrillanta mi silla de montar. Quiero ver mi rostro reflejado en ella."

miércoles, septiembre 13, 2006

Lo importante (II)

Desayuné con los calzoncillos bajados, sin perder de vista a mi nuevo compañero. En la ducha lo toqué con cierto pudor, como pidiendo disculpas. Al fin y al cabo nos acabábamos de conocer y ya nos estábamos duchando juntos. El lo entendió y se dejó limpiar y noté una cierta timidez también por su parte, lo que me hizo ganar un poco de confianza: para él también suponía un cambio y tenía que acostumbrarse. A riesgo de parecer inmodesto, debo decir que me pareció percibir que estaba contento con el cambio (a saber a quien había pertenecido hasta esa mañana).

Fui al trabajo sin dejar de pensar en el cambio. Durante la media hora que duraba el trayecto en metro, traté de recordarlo, pero sus facciones estaban ligeramente diluidas, como cuando conoces a una persona que te resulta muy atractiva, pero la ves sólo unos minutos, y luego tratas de recordar su rostro y no puedes dibujarlo con claridad en tu mente. Con ansiedad, entré al bañó nada más llegar a la oficina, me desabroché los botones del pantalón, me bajé los calzoncillos y ahí seguía más espectacular que en mis recuerdos (donde la modestia, el miedo y la esperanza me hicieron reducir sus proporciones). Antes de guardarlo, percibí una sonrisa en su esplendoroso rostro.

Repetí la operación catorce veces en ese día, doce en el siguiente, ocho en el tercero y cuatro en el cuarto, todas con resultados plenamente satisfactorios.

Poco a poco fuimos ganando confianza y fui memorizando todas sus facciones y peculiaridades. Con el paso de los días su imagen era más clara en mi memoria, a la vez que el recuerdo de mi escuchimizada y diminuta cola anterior se iba perdiendo como un mal sueño.

Como ya he dicho, una de las cosas que más me ayudó a acostumbrarme a él fue su timidez. Por eso esperó dos semanas a mostrarme su primera erección. La verdad es que no tengo palabras: gloriosa, épica, pletórica, magnífica, colosal, desmesurada, abrumadora. Y no fue hasta una semana más tarde, nuestra decisión de formalizar nuestra relación a todos los efectos. El recuerdo de aquella primera paja no lo olvidaré nunca.

Al cabo de un mes ya estábamos perfectamente integrados. Una nueva seguridad había brotado de mí y la gente lo notó a mi alrededor. Empecé a ser más audaz en el trato con las mujeres, y mis amigos, los muy ingenuos, aplaudieron el cambio en mi relación con sus parejas.

Conviene que haga un inciso sobre mis amigos. En general son buena gente y todo eso, pero son una panda de cotillas de la hostia. Por eso mi virginidad era conocida y comentada por el noventa y ocho por ciento de las personas con las que trataba. Pero esa virginidad ahora se tambaleaba. La inseguridad que acumulé durante años se diluyó en menos de un mes. Repasé toda mi colección de películas pornográficas (bastante extensa, por cierto), y, a pesar de no estar a la misma escala, era evidente que mi miembro superaba sin despeinarse al mejor dotado de los actorzuchos. Casualmente, me llamaron mis antiguos compañeros de facultad para decirme que iban a jugar un partido para recordar los viejos tiempos. Con una sonrisa llena de expectación les dije que sí. ¡Qué momento!. Sin duda el sabor de la venganza es lo más dulce que existe. Me hice el tonto, pero de reojo capté todas las alucinadas miradas que me dirigieron mis compañeros en los vestuarios. Mi victoria era rotunda: aquel día fueron veintiuno los que se volvieron con el rabo entre las piernas.

Y, entonces, comencé a sentir miedo, casi pánico. Mi confianza y seguridad eran plenos. Sin duda tenía el pene más grande en cientos de kilómetros a la redonda. Las chicas se morirían por tenerlo entre sus piernas. Pero recordé como había venido a mí: de manera casual y fortuita. Empecé a temer que podía marcharse igual que había venido. Cada mañana me despertaba cubierto de sudor y rápidamente comprobaba que él seguía en su sitio, dormido plácidamente. Entonces respiraba aliviado, aunque no podía dejar de sentirme angustiado.

Tenía que actuar. Aunque algún día me despertase y volviese a mi diminuto pasado, si conseguía hacerlo con una chica con él, podría recordarlo y ese recuerdo no me abandonaría nunca, aunque él decidiese dejarme. Sé que suena un poco paranoico, al fin y al cabo nos llevábamos estupendamente y nada hacía sospechar que tuviese pensado abandonarme. Incluso teníamos los mismos gustos. Pero el destino podía depararme sorpresas desagradables, así que era vital que actuase cuanto antes.

La ocasión se presentó a las dos semanas: un amigo hacía una fiesta en su casa.

La mañana de la fiesta desperté sobresaltado. Había tardado en dormirme, atacado por una crisis de insomnio. Incluso me planteé el mantenerme despierto, para asegurarme que nadie me hurtara mi joya, pero pensé que en la fiesta más me valía estar fresco y espabilado, por lo que decidí acostarme. Al abrir los ojos el pánico se apoderó de mí y me impidió moverme durante unos minutos. Después, poco a poco, conseguí quitarme las sábanas de encima. No tuve necesidad de verlo. Él se había despertado con la misma excitación y nerviosismo que yo, y me saludaba con todo su esplendor. Esa visión me dio toda la confianza que necesitaba.

El día transcurrió lento y caluroso. Me di un baño para relajarme y al salir me puse hasta colonia: estaba dispuesto a todo.

Continuará (e, incluso, acabará)

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