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Ignatius nació en una granja en las afueras de Florín. Sus principales pasatiempos eran comer panceta y atormentar al muchacho que vivía con él: "Puto inquilino, abrillanta mi silla de montar. Quiero ver mi rostro reflejado en ella."

lunes, octubre 23, 2006

Alicia en el País de las Maravillas

Me van a disculpar ustedes que siga echando mano del fondo de armario, pero es que ando un poco líado. Prometo volver en cuanto pueda. (aviso, el cuento es un poco de mal rollo).

Alicia nació en el País de las Maravillas, en el Estado del Bienestar. Era bellísima y tenía un pelo precioso. Su familia era muy pobre, ya que en aquel fabuloso país los pobres eran muy pobres y los ricos, que también los había, eran muy ricos. Tenía cinco hermanos y vivían en una casa humilde, pero todos eran felices, todos menos Alicia que era muy mala.

Y eso a pesar de que su padre la quería mucho, como le demostraba todas las noches, cuando su madre dormía. Pero, con todo el cariño que su padre le daba, ella no le quería, casi le odiaba. Tanto es así que cuando su padre murió todos lloraron, todos menos Alicia que no tenía corazón.

Su madre nunca le perdonó que no quisiera a su padre. Un día, cuando Alicia tenía diecisiete años, conoció a un joven apuesto que pertenecía a los nobles caballeros del rey, que se encargaban de velar por la seguridad de los súbditos. El muchacho se enamoró de la joven y en un arranque de romanticismo juvenil, le mostró cuanto la amaba, tal y como había hecho antes su padre muchas veces. Y a Alicia no le gustó. Pero el joven le había hecho un gran regalo, como se comprobó nueve meses más tarde. La familia de Alicia estaba desesperada, pero el joven caballero se dio a conocer y se casó con ella para salvarla de la humillación. Todos se alegraron, todos menos Alicia que era muy desagradecida.

El caballero vio que Alicia no estaba bien educada y trató de enseñarla, con mucho amor. Al principio sólo la gritaba, pero Alicia era muy torpe. Cuando empezó a pegarla aprendió un poco mejor, aunque no se aplicaba lo suficiente. Por eso, un día, el noble caballero la golpeó con su espada para que aprendiera a ser buena. Alicia, herida, salió huyendo y su marido la pidió perdón y quiso que volviera con él. Los vecinos se enternecieron al ver las lágrimas en tan bello rostro y le pidieron a Alicia que volviera. Pero ella no volvió y todos se entristecieron, todos menos Alicia que no tenía sentimientos.

Alicia no tenía donde ir. Como siempre había sido muy poco aplicada, no conocía ningún oficio, así que tuvo que empezar a vivir de la mendicidad. En poco tiempo, su aspecto se fue degradando, sus ropas estaban raídas y olían mal, y sus cabellos se habían convertido en una densa maraña parecida a un estropajo. Alicia importunaba a los súbditos del reino con su desaliñada apariencia. Algunos sentían pena y trataban de no mirarla, para que no se sintiera mal, pero Alicia no apreciaba estos generosos gestos y estaba totalmente deprimida, otros -los más piadosos- le daban alguna moneda y ella los odiaba por sus compasivas sonrisas. La gente que la conocía no se explicaba porque Alicia llevaba ese tipo de vida: una mujer debía estar en el lugar que le correspondía, con su marido y su hija, que la echaban mucho de menos. Todos estaban muy apenados, todos menos Alicia que era muy egoísta.

El tiempo fue pasando, y el marido de Alicia conoció a otra mujer, muy buena que se convirtió en su nueva esposa y la madre de su niña. Alicia, mientras tanto, también conoció a un hombre que la enseñó un oficio, el más antiguo de la historia, le dijo. Alicia se sorprendió mucho al ver que su trabajo consistía en recibir las muestras de amor de muchos hombres, que, además, la pagaban por ello. Y todos se sentían satisfechos, todos menos Alicia que no tenía capacidad de amar.

El protector de Alicia no la trataba mal. Sólo la pegaba de vez en cuando, mucho menos que su antiguo marido, y le dejaba una pequeña parte del dinero que ganaba. Aún así los años envejecían a Alicia muy rápido, y ella se sentía vacía y echaba de menos a su hija. La gente pensó que Alicia había desaparecido, pero las cosas iban tan bien en el reino, que acabaron olvidándola. Sólo la quería su hombre. Un día, Alicia se miró al espejo y se sintió algo mejor, había envejecido pero conservaba parte de su antigua belleza. Por la noche, llegó un hombre a demandar sus servicios, se trataba de un caballero del rey, aunque venía disfrazado para que no le reconocieran. Alicia se dispuso a recibirlo, como a tantos otros nobles, pero cuando sintió sus manos en su cuerpo, se dio cuenta que ese hombre era su marido. A pesar del tiempo pasado, no había envejecido nada, pero pareció no reconocerla. Acabó pronto y cuando tenía que pagar, se negó diciendo que era la mujer más horrible con la que había estado. El protector de Alicia le instó a que pagara y, sin mediar palabra, el caballero del rey atravesó el corazón del hombre con su espada y salió huyendo. El hombre murió en los brazos de Alicia. Nunca había sido una buena persona, por lo que todos se sintieron aliviados, todos menos Alicia que no tenía conciencia.

Alicia se sentía muy mal, pero siguió trabajando, aunque cada vez la pagaban peor. Una noche, un cliente que no tenía dinero le ofreció la fruta prohibida. Nadie podía tomarla en el reino, ya que te convertía en un ser maligno y despreciable. Pero a Alicia todo le daba igual y decidió probarla. Por primera vez en mucho tiempo dejó de sentirse mezquina y miserable, ruin e insignificante, humillada y desdichada. Simplemente no sentía nada. A partir de entonces, sólo cobraba la fruta prohibida. Pero cuanto más la tomaba más la necesitaba. Cada vez duraba menos tiempo su efecto de anestesiar sus pensamientos y Alicia se sentía peor y peor. Su humor cambió y hasta sus clientes la abandonaron aterrados ante la confirmación de las horribles propiedades de la fruta prohibida. Alicia estaba desesperada. Los remordimientos y la angustia se escondían entre las sombras de su habitación, esperando para atacarla. Sólo la fruta los mantenía a raya, pero esta se acababa rápidamente. Comprendiéndolo, Alicia salió a la calle, en busca del árbol donde crecía su salvación. La gente se apartaba horrorizada. Alicia no se fijaba en las caras de pánico, hasta que, repentinamente se encontró con su propio rostro que la miraba espantado. Pero, fijándose mejor, descubrió que no era su cara. Esta era mucho más joven y delicada, y el pelo era igual a cuando había vivido en casa con sus padres. Entonces lo comprendió, estaba delante de su hija. Una honda sensación de alivio brotó de su pecho y se puso a llorar a los pies de la joven. Sus lágrimas lavaban los años de oscuridad, de penas, de vejaciones, de ofensas. Por fin, por primera vez en su vida, el corazón de Alicia empezó a latir al ritmo del amor. La muchacha la miraba asqueada: una vieja, harapienta y maloliente, que la estaba manchando el vestido. Los ojos de las dos mujeres se encontraron y Alicia vio todo eso en la expresión de su hija. "Soy tu madre", gimió al fin y la muchacha supo que lo que decía esa horrible anciana era verdad. Allí estaba, la mujer que había abandonado a su hija para vivir su vida sin preocupaciones, que había dejado a su marido triste y deprimido, hasta que éste conoció a su verdadero amor, que se había reído en el funeral de su propio padre, que se había entregado a todos los hombres que la pagaron lo suficiente, que había sucumbido a los placeres de la fruta prohibida, y ahora venía a pedirla compasión. "Tú no eres mi madre", gritó con todo el desprecio que pudo y con una patada se libró del abrazo de la vieja. El vacío que sintió el alma de Alicia estuvo a punto de hacer desaparecer su cuerpo. Sólo una imagen la asistía, el delicado perfil de la fruta prohibida. Arrastrándose, llegó al árbol y comenzó a ingerir fruto tras fruto. El efecto de cada uno apenas duraba unos segundos, ya que le acechaban miles y miles de ojos, cargados de reproche, de lascivia, de falsa compasión, de asco, de deseo, de odio...A pesar de que su cliente le había dicho que comer mucha fruta era muy peligroso, Alicia no se detuvo hasta terminar con todos los frutos del árbol. Una plácida calma se fue instalando en el alma de Alicia, hasta que una gran paz la llevó hasta la muerte. Las gentes del pueblo se acercaron a verla. Allí estaba la mujer que había hecho todo lo posible por arruinarse la vida, abandonando a su familia, importunando a los súbditos del reino mendigando, corrompiendo a los más jóvenes con sus malas artes, entregando su dinero al más rufián entre los rufianes, deleitándose ante el oscuro placer de la fruta prohibida, y, como último acto de su camino, había atormentado a su propia hija abandonada. Una mujer malvada...Pero los habitantes del reino tenían un gran corazón y todos sintieron mucha pena al ver el cuerpo de Alicia, todos menos Alicia que en aquel momento se reía de todos ellos desde ninguna parte.

1 Comments:

Anonymous Anónimo said...

mis queridos camaradas , ya tenemos a otro miembro de este nuestro querido blog ( de momento es honorario ; todo llegará )

10:34 a. m.  

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