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Ignatius nació en una granja en las afueras de Florín. Sus principales pasatiempos eran comer panceta y atormentar al muchacho que vivía con él: "Puto inquilino, abrillanta mi silla de montar. Quiero ver mi rostro reflejado en ella."

jueves, septiembre 14, 2006

Lo importante (III)

La fiesta no pudo discurrir de mejor forma: había un montón de chicas y un porcentaje muy alto eran de nuestro mutuo agrado. Me integré en un grupo en el que había dos amigos, sus novias, la novia de un tercero que estaba de viaje y dos chicas más. Ayudada por el alcohol y por mis sugerencias, la conversación fue subiendo de tono hasta que llegamos a mi terreno: empezamos a preguntar a las chicas que era lo importante a la hora de hacer el amor. Al principio se dijeron los tópicos de siempre: la persona adecuada, el cariño, la habilidad, la duración y, al fin, confesaron que el tamaño tampoco era desdeñable. En un alarde de modestia, mis dos amigos y, sobre todo, yo comenzamos a decir que estábamos apañados en ese caso, pero me llevé la palma al dar el argumento definitivo: yo jamás había tenido novia. Nos reímos mucho y nos pusimos a bailar haciendo el cabra. Al cabo de un rato, la música cambió adecuadamente y me vi bailando con la novia del amigo que no había venido a la fiesta. Estábamos bastante cocidos y nos dejamos llevar. Afortunadamente, el resto de la fiesta había seguido la misma senda etílica que nosotros, por lo que nadie notó nuestra melosidad (claramente manifiesta para cualquier persona objetiva (o sobria)).

Al cabo de una hora me dijo que si la acompañaba a casa. Era una chica preciosa, alta, morena, con el pelo largo. Su cuerpo era espectacular y el vestido que llevaba realzaba su figura de una manera que realmente me ponía enfermo. No podía haber mejor candidata para estrenarnos a los dos. Pero era la novia de un amigo. Yo siempre he sido muy respetuoso con esas cosas. Los amigos están para algo. Seguro que lo entendería.

En el camino nos besamos un número indeterminado de veces, pero mantuvimos nuestras manos pasivas, para aumentar la expectativa. Yo no creía en mi buena suerte. Al fin iba a hacerlo.

Entonces noté el pánico: ¿que ocurriría si durante la fiesta se había producido la temida metamorfosis?. Comencé a temblar por los nervios y me separé de ella. Ella no se lo tomó mal y pensó que lo hacía para dejarla conducir. Pero cuando llegamos a su casa yo no había pronunciado ni una palabra y ella parecía un poco mosqueada.

Salimos del coche y se acercó a mí. Yo me separé un poco y eso le sentó bastante mal, pero, cuando creía que lo había echado todo a perder, ella sonrió maliciosamente y me dijo:

-Así que era verdad.

-¿El qué? -balbuceé yo.

-Que eres virgen.

Vi el cielo abierto ante mis ojos. Parecía que la idea le gustaba, así que confesé totalmente. Ella me dijo que no me preocupase, que se encargaría de todo. Por lo menos había ganado tiempo y un motivo para mis nervios. Llegamos a su puerta y ella me llevó directamente a su cuarto. Yo traté de escabullirme al baño, pero no me dejó. Comenzó a desvestirme despacio, de una manera muy sensual, pero no lo pude apreciar: estaba aterrado. Mi miembro no daba señales de vida. Me dejó en calzoncillos y no pareció decepcionada al ver que no obtenía respuesta. Yo no me atrevía a mirarme. Una certeza se instaló en mi cabeza, el destino se reía de mí, estaba seguro de que mi antiguo colgajo había venido para acabar definitivamente conmigo.

Ella siguió sus movimientos, ajena al torbellino que había en mi cabeza, a mi terrible sufrimiento. Se fue desnudando lentamente: tenía el cuerpo perfecto, el cuerpo de mis sueños, el cuerpo de mi muerte. Una negra ira me fue invadiendo. Pero ella no se inmutaba:

-No te preocupes -dijo con una sonrisa pícara y un tono tremendamente comprensivo-, hemos bebido como cosacos, es normal que tardes en reaccionar.

Lentamente, dirigió sus manos hacia mis calzoncillos. Yo quería salir huyendo, quería gritarle que se detuviera, que dejase de atormentarme, pero estaba atenazado por el miedo. Como en una pesadilla sentí como mis gallumbos se deslizaban hacia abajo poco a poco. Intenté cerrar los ojos, pero no pude apartar mi vista de su cara.

Su expresión cambió de repente. Su sonrisa se congeló y desapareció cuando me vio desnudo. Estaba a punto de echarme a llorar. ¿Por qué el destino me había hecho esto?. ¿Por querer tirarme a la novia de un amigo?. Pero yo no quería, me vi forzado precisamente por la urgencia a perder lo que había resultado ser una siniestra broma. Vi a mi amigo, a mis compañeros del equipo de fútbol, a los actores de las películas porno, todos se reían de mí y reflejaban su mofa en la cara de decepción que ella estaba poniendo. Pero, entonces, ella dijo algo inesperado:

-¡Coño!.-Le salió del alma.

Dirigí mis ojos al lugar donde ella tenía clavada la mirada, y allí estaba él, más grande que nunca, majestuoso, superior, me sentí un dios del Olimpo y ella cambió su expresión rápidamente: ahora tenía una cara como la de un niño que ha conseguido el regalo con el que estaba soñando durante años, como la del glotón ante un plato de cocido, como la del pobre al que le toca la lotería.

Yo pensaba que habría preámbulos, pero se los saltó todos. Cogió un condón y fue a ponérmelo, pero el cilindro de látex no pudo con la presión y se rompió cuando aún no me cubría la mitad del miembro.

Lo intentó con otros dos, pero corrieron la misma suerte. De nuevo me sentí preso del terror: no podía ocurrirme esto.

Afortunadamente, era una chica de recursos. Era consciente que le había tocado la lotería y no estaba dispuesta a quedarse sin premio. Con expresión grave me dijo:

-¡Que narices!. Tú eres virgen y yo tomo la píldora-. Y, sin decir nada más, se me subió encima y guió a mi glorioso miembro a su fuente de placer.

¡Qué sensación!. ¡Qué suavidad!. Apenas duró diez segundos, pero noté que el tiempo se había detenido. Me sentí ingrávido y poderoso y descargué todo mi fuego en su interior. Ella gimió ante la envestida y yo me dejé ir. Pero ella seguía moviéndose. Yo traté de disimular, pero hay cosas que no se pueden ocultar. Por mucho que te empeñes lo acaban notando.

Ella me miró incrédula, luego, rabiosa, me dijo:

-Sois todos iguales y deja de sonreír mamonazo.

La verdad que las palabras no me parecieron las más adecuadas para coronar el momento más feliz de mi vida y me sentí un poco mal. Ella se incorporó y me gritó que me fuera. Yo la hice caso sintiéndome bastante humillado.

Me encontré en la calle, en calzoncillos, en una de las situaciones más denigrantes de mi vida. Deambulé por la oscuridad de la noche hasta que decidí vestirme. Y empecé a recapacitar. Tanto tiempo para esto. Recordé la charla que habíamos tenido en la fiesta sobre lo importante. Y descubrí que estaba equivocado: ahora sabía que mi enorme cola seguiría conmigo para siempre, pero la novia de mi amigo me había dado una gran lección: el tamaño no era lo importante. Estaba en un error, como también los estaban mis amigos: lo importante no era la persona, no era el cariño, ni los juegos, tampoco la habilidad. Lo importante ni siquiera era la duración. No, ahora lo sabía. La recordé con una sonrisa y me di cuenta: lo importante es participar.

1 Comments:

Anonymous Anónimo said...

La verdad es que me parece una moraleja bastante interesante, esta claro que lo que cuenta es participar no?, al menos eso nos han dicho siempre:

- El profesor de Judo: No te preocupes, esto sirve para que tu compañero se entrene.

- La chica del bar del otro dia: Lo siento eres demasiado bajito/melenudo/delgao/calvo?/histerico!/no sos vos soy yo¿¿?? (tachese la que proceda), pero me caes bien.

- El jefe cabronazo en aquella empresa que no vamos a nombrar por no hacer publicidad gratuita:
Tu termina el informe ahora (vease 9:30 PM (si, su Puta Madre)) que yo se lo presento a la direccion mañana, esto es un trabajo de equipo.

Y logicamente un numero indeterminado de situaciones (sexuales o no) que no voy a seguir enumerando por no proseguir con la autoflagelacion.

De momento me voy con el rabo entre las piernas (se puede decir piernas en internet?).

6:44 p. m.  

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