Mismas reglas

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Ignatius nació en una granja en las afueras de Florín. Sus principales pasatiempos eran comer panceta y atormentar al muchacho que vivía con él: "Puto inquilino, abrillanta mi silla de montar. Quiero ver mi rostro reflejado en ella."

domingo, abril 15, 2007

Algunos lugares donde uno quiere no estar

Durante la labor de pastor de adolescentes a tiempo completo (aunque ese tiempo completo sólo dure una semana), uno se encuentra en las más variopintas situaciones, la mayoría de ellas agradables, divertidas o interesantes. La intensidad con la que viven las chavalas (lease bromeando por Italia para mayor información sobre el uso del plural en estos relatos) estos momentos potencian y realzan la sensación general de buen rollismo. Pero existen instantes en que uno sencillamente prefiere no estar. Sirvan éstos a modo de ejemplo.

A la mañana siguiente de la noche anterior, hacia las ocho concretamente, cuando una recepcionista ultraborde de un hotel ultracutre te mira con ojos de odio mientras te taladra con una arenga del tipo: "too much noise, too much shouts, too much runs, too much telephone calls. Tomorrow will call the police...". A pesar del delicioso acento italiano que acompaña a la bronca, es demasiado temprano para ponerse a discutir. Te falta la presencia (lógicamente) de ánimo para explicarle a la gilipollas que el fútbol es así, que son adolescentes, de viaje de fin de curso, que qué cojones esperaban cuando admitieron nuestra reserva y nuestra pasta, que tampoco ha sido para tanto, que pelillos a la mar... Simplemente te sientes fatal, cómplice y responsable de lo sucedido. No, no tienes ganas de estar ahí. Aunque hay lugares peores.

Supongo que los más próximos a la nefastitud máxima son las gondolas venecianas. Lo peor no son las embarcaciones en sí. A pesar de su decoración recargada y sus asientos Luis XVI, uno podría disfrutar del paseo por la espectacular ciudad si no fuera por los siguientes detalles:

1) La sonrisa del gondolero.
2) La presencia del gondolero.
3) Las alabanzas que la pareja de adolescentes que nos acompañan dirigen hacia el culo del gondolero.
4) Los dos amigos del gondolero.
5) La idea absurda de las chavalas del grupo de pagar un poco más por la compañía de dos músicos.
6) El reparto de góndolas ha dejado a dos chicas solas, así que esa será nuestra barquita.
7) Que también sea la góndola de los amigos del gondolero.
8) Que los amigos del gondolero sean los músicos.


En fin, compañeros, pocas veces me he sentido más ridículo. Toda Venecia dirigiendo su mirada a nuestro nada discreto paso, mientras el gondolero nos sonríe, las dos chicas no paran de vitorear su culo y los dos músicos nos miran, entre dolidos y desdeñados, porque no coreamos sus canciones con el mismo entusiasmo que al culo del gondolero. Eso sí, se comprende por qué el agua está tan guarra: no hay escapatoria.

Afortunadamente, no siempre se sabe que eres el pastor del rebaño. Es más, habitualmente nada nos descubre. Sin embargo, existe un sitio en el que no hay manera de esconderse.

A lo largo del viaje hay momentos en que te sientes incómodo, a veces fuera de lugar. Instantes en que te pareces a un sargento o a un lorito de repetición. Pero sólo hay uno en que te sabes un extraterrestre: La discoteca.

Es curioso porque al principio no lo parece: ahí está tu copita en la mano derecha, mientras tu brazo izquierdo, con naturalidad y desenfado, se acoda en esa barra que, como todas las de la Tierra, está hecha a tu medida. Incluso la música, asumida su horterez (o precisamente por ella), tiene un punto que hace aflorar una sonrisa a tu rostro. Después de una semana en la que te has visto en fuera de juego en numerosas ocasiones (no conoces el idioma, no sabes cuánto falta para el hotel, no sabes dónde hay un buzón, no sabes el precio medio de una pizza, no sabes a qué hora quedaremos con la guía, desconoces el número de habitaciones, ignoras si lloverá mañana, no tienes ni idea de cuánto costará subir a la torre de Pisa...), de repente te ves en un territorio conocido. O eso crees.

El problema surge al estudiar la fauna que puebla el local. No se trata de las toneladas de adolescentes que se agrupan por metro cuadrado. A eso ya estás acostumbrado. Ni tampoco sus frenéticos bailoteos y sus espontáneos alaridos. No, de repente, vislumbras una mesita en la que tres tipos, claramente demasiado mayores, se sientan con una forzada sonrisa, incapaz de ocultar sus ganas de no estar ahí. Unos metros más allá, acodadas en otra barra, tres maduritas interesantes muestran su absoluto desinterés y desengaño, mientras lo intentan disimular, asintiendo ante las fugaces interpelaciones de algún grupúsculo de adolescentes. La discoteca se ve salteada por estas islas de incomprensión, por estos habitantes de Marte que no pintan nada en el lugar. Y, a mitad de trago, la realidad se hace paso en tu embotado y semiderrotado cerebro: son profesores. Y tú eres uno de ellos.

Existe un instante en el que puedes escapar: sacar al adolescente que llevas dentro. Dejar la barra y ponerte a saltar con ellos. Sabes que lo van a agradecer, pero hay que hacerlo deprisa y atenerse a las consecuencias.

En su lugar, aferras la copa y observas con desánimo que te quedan más de dos horas para volver al hotel. Nada de esto fue un error...



uo...

jueves, abril 12, 2007

Orzar!!!! (interludio)


Tras el último saludo, Jack levantó la mirada al aparejo. El viento soplaba aún del oeste. Miró a proa y a popa. La cubierta estaba limpia, reluciente. Los marineros servían en sus puestos con una amplia sonrisa.

-Señor Hanson -dijo al piloto-. Ponga rumbo a Cabo Pilar y al Estrecho de Magallanes, si es tan amable.


Así de fácil. Sabía que este duro momento tenía que llegar. No ha sido tan doloroso como creía. Veinte libros después, la sensación es clara: "POR FIN PUEDO EMPEZARLOS OTRA VEZ".

Siempre he sido aficinado a las trilogías. Y cuantos más libros tuvieran mejor. Esta se lleva la palma: veinte libracos (¿icología?). Hace un año y medio, cuando llegué al diez, decidí tomármelo con calma, pero todo llega. Por mucho que he intentado racionarlos, he acabado...

Pero, azul en la mesana, me quedo mucho más tranquilo. Si alguien no entiende algo del post, que empieze por "Capitán de mar y guerra" (Patrick O'brian para más señas) y se deje llevar. Recomiendo que los saboree como se merecen. Si no, que se olvide del asunto (no hay un minuto que perder).

ORZAR!!!!!!!!!!!

lunes, abril 09, 2007

Bromeando por Italia

Una de las más sanas costumbres de mi Cole, a la hora de realizar el viaje de fin de curso, es la de tomar el pelo a los alumnos de una manera lo más clara y manifiesta posible.

Recuerdo el año pasado, en Jesolo, habitación 308 del hotel, dos profesores y un guía, armados con una botella de grappa, empiezan a maquinar la broma de ese año. Los vapores del terrible licor de patata empiezan a hacer efecto. Al día siguiente cruzamos los Apeninos en pos de la bella Florencia, la ciudad de los Medicis. ¿Y quién no recuerda la sobrecogedora historia de Marco y su querido mono Amedio?

Esa noche tocaba discoteca, así que nuestros protagonistas empiezan a dar forma al asunto, respaldados por sendos Jotasbecola: La cordillera de los Apeninos es el único lugar de Europa, junto al Peñón de Gibraltar, donde viven monos en libertad. Los simios italianos son ciertamente peculiares: pequeños, de ojos saltones y albinos. Se trata de los monos medi, que, obviamente dieron nombre a la más ilustre familia de la Toscana. Es más, seguro que todos conocéis la estremecedora historia de Marco en busca de su esquiva madre. Esta historia está basada en hechos reales. Como toque pintoresco se decidió adornar la leyenda con un personaje característico de la región de los Apeninos: Amedio, el mono medi. Seguro que habéis visto en Padua algunas camisetas adornadas con los dibujos de estos alegres chimpancés. No os preocupéis, también las podréis encontrar en Firenze. Pero, lo realmente interesante es observarlos en su medio natural. Si estáis atentos, es posible que los podáis ver saltando entre los árboles de los bosques que cubren los Apeninos.

Pero el alcohol, tan inspirador la noche anterior, nos traicionó el día de la ejecución de la broma. El guía estuvo estelar. No es fácil soltar la parrafada anterior a 41 adolescentes con el gesto firme, la voz segura, el verbo fluido y la actitud impertérrita. Y mucho menos cuando tus dos cómplices se están despollando según vas hablando desde el micrófono del bus. El caso es que, como ya he escrito, el día anterior estuvimos en la discoteca y nuestros adolescentes estaban fundidos. A pesar del espectacular despliegue del guía, no conseguimos el objetivo al cien por cien. Alguno intentó mantener los ojos abiertos, pero los monos medi no consiguieron mantenerles despiertos. Eso sí, al menos les tuvimos buscando las camisetas durante los siguientes días.

Este año, como siempre, los chicos (bueno, a partir de ahora transgrediré las normas del castellano y utilizaré el femenino como plural de un grupo bisexualizado, ya que el porcentaje chicas era mucho mayor que el de chicos (27-8))... decía, las chicas estaban sobre aviso. El empeño en no caer en la broma fue tan espectacular que no se creyeron el noventa por ciento de las cosas que les dijo el guía, que, casualmente, eran todas ciertas. La plaza Nabonna jamás se utilizó para simular batallas naúticas, Benedicto XVI no adorna uno de los frescos de San Pablo Extramuros, en Siena no se tomó la decisión de construir una nueva catedral que jamás sería terminada, en Venecia no hay canales...

El colmo del ridículo llegó en Roma, al viajar en metro hacia el lugar donde nos recogería nuestro bus particular. Involuntariamente, me retrasé con el noventa por ciento del grupo. Dejamos atrás las taquillas y nos encontramos con cuatro posibles salidas. Mis conocimientos del metro romano, debo confesar, son entre escasos y nulos. Es decir, no tenía ni puta idea de cual elegir. Acudí a los clásicos y opté por la del fondo a la derecha. Otro clásico (Murphy) se encargó de que mi decisión fuese errónea. Así, me vi rodeado por sesenta ojos que me miraban exigentes, mientras una oleada de preguntas muy similares a: "¿dónde está el autobús?" me asaltó, mientras yo, angustiado, estudiaba el desconocido paisaje con la secreta y, para qué negarlo, vana esperanza de vislumbrar el vehículo, al guía o a mi compañero.

No sabía qué responder, cuando una muchacha vino en mi ayuda: "Esta es la broma". Veintinueve cabezas asintieron al unísono. Yo puse cara de poker, lo que potenció la sensación general de que nos habían pillado. Mi compañero, de apellido Agudo, llevaba una cámara de vídeo. Las chavalas decidieron que no sólo era esa la broma, sino que, además, la estábamos grabando. Como gallinas descabezadas, empezaron a girar y a hacer aspavientos al grito de Agudo, Agudo, para regocijo de los sorprendidos viandantes romanos. A pesar de la leve desazón que sentía, no pude evitar descojonarme. Ellas no me hicieron caso, hasta que una dijo: "¿No es ese el autobús?". El baile se detuvo. El autobús estaba a unos quinientos metros de nosotros. A su lado, mi compañero nos miraba estupefacto. Desgraciadamente no tenía la cámara en funcionamiento.

Al final, y a pesar de sus esfuerzos, conseguimos tomarles el pelo. Es cierto que nos lo pusieron tan difícil, que tuvimos que gastarles una broma con carácter retroactivo. Me explico. Las dos últimas noches del viaje fueron celebradas especialmente, ya que visitamos la cutre discoteca (leer futuros posts (creo que hablaré del asunto)). En Italia está prohibido fumar en todos los locales comerciales, así que les pusieron un sello en la mano, para poder entrar y salir de la disco sin problemas. La tinta resultó ser cuasi-indeleble. Ya en Milán, a un par de horas del vuelo de regreso, se me ocurrió comprar en una papelería tinta para sello. En el autobús, Manolo (mi compañero) leyó unas inventadas instrucciones para eliminar la tinta de la piel (lavare con petra pomezzi, aqua e molta pazenzia). Curiosamente, ninguno puso en duda la veracidad de lo que les contábamos. Es más, empezaron a explicarse el porqué los alumnos de los otros colegios llevaban o no el sello del día anterior, por qué no habían podido eliminar la tinta como la de otras discotecas y otra serie de interrogantes que, previamente, no se habían planteado. Aparentemente, ahora lo entendían todo. Tierna juventud...

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