Mismas reglas

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Ignatius nació en una granja en las afueras de Florín. Sus principales pasatiempos eran comer panceta y atormentar al muchacho que vivía con él: "Puto inquilino, abrillanta mi silla de montar. Quiero ver mi rostro reflejado en ella."

lunes, octubre 30, 2006

Errores cotidianos (o no tanto)

Cosas que uno debe hacer antes de salir con la clara y manifiesta intención de ligar:

1-o a) No usar calcetines nuevos.

2-o b) No ponerse los gayumbos de la suerte.

3-o c) No lucir la camiseta resultona.

4-o d) No renunciar a la ensaladita con cebolla y pepino.

5-o e) No afeitarse.

6-o f) No dejarse la informal barba de seis días.

7-o g) No prescindir de la masturbación desde un par de días antes.

8-o h) No armarse con el condón de la fe.

9-o i) No recoger la casa.

Y, sobre todo,

10-o j) No hacer la cama.

Los últimos estudios confirman que cualquiera de las acciones (o inacciones (según se mire)) anteriores reducen la probabilidad de ligar en un quinientos por cien. Los experimentos realizados en la Universidad de Wildestone parecen apoyar la teoría de que cualquier acto ajeno a la normalidad disminuyen hasta el mínimo absoluto (o más) la oportunidad de llevar hasta la consumación final cualquier intento de flirteo.

Desde mi experiencia más cercana y en el marco de mi supremo escepticismo científico, no puedo más que constatar estas teorías. Hace un par de semanas, tuve mi primera cita con leves opciones de llegar a algo más, de los últimos tiempos. El resultado no pudo ser más desalentador. Incumplí ocho de los preceptos supraescriptos, con el resultado de un fracaso colindante con el definitivo: conseguí hablar con el supuesto ligue la friolera de medio minuto en toda la noche.

El viernes, mucho más relajado (a la par que optimista), obvié siete de los criterios mencionados. El resultado no fue tan catastrófico, ya que conseguí pasarme toda la noche tonteando con la elegida. Sin embargo, los antecedentes invitaban a mucho más y mis tejos sólo provocaron rechazo (si no animadversión).

Por tanto, recomiendo seguir (o no) los diez apartados descritos arriba. Es cierto que suelo seguirlos a diario, con los resultados que ya pudimos leer hace algún tiempo, pero donde no hay voluntad no hay voluntad y, además, es imposible.

Pd: Doy la más cordial bienvenida a Santiago Javad, el Bill Ledesma.

lunes, octubre 23, 2006

Alicia en el País de las Maravillas

Me van a disculpar ustedes que siga echando mano del fondo de armario, pero es que ando un poco líado. Prometo volver en cuanto pueda. (aviso, el cuento es un poco de mal rollo).

Alicia nació en el País de las Maravillas, en el Estado del Bienestar. Era bellísima y tenía un pelo precioso. Su familia era muy pobre, ya que en aquel fabuloso país los pobres eran muy pobres y los ricos, que también los había, eran muy ricos. Tenía cinco hermanos y vivían en una casa humilde, pero todos eran felices, todos menos Alicia que era muy mala.

Y eso a pesar de que su padre la quería mucho, como le demostraba todas las noches, cuando su madre dormía. Pero, con todo el cariño que su padre le daba, ella no le quería, casi le odiaba. Tanto es así que cuando su padre murió todos lloraron, todos menos Alicia que no tenía corazón.

Su madre nunca le perdonó que no quisiera a su padre. Un día, cuando Alicia tenía diecisiete años, conoció a un joven apuesto que pertenecía a los nobles caballeros del rey, que se encargaban de velar por la seguridad de los súbditos. El muchacho se enamoró de la joven y en un arranque de romanticismo juvenil, le mostró cuanto la amaba, tal y como había hecho antes su padre muchas veces. Y a Alicia no le gustó. Pero el joven le había hecho un gran regalo, como se comprobó nueve meses más tarde. La familia de Alicia estaba desesperada, pero el joven caballero se dio a conocer y se casó con ella para salvarla de la humillación. Todos se alegraron, todos menos Alicia que era muy desagradecida.

El caballero vio que Alicia no estaba bien educada y trató de enseñarla, con mucho amor. Al principio sólo la gritaba, pero Alicia era muy torpe. Cuando empezó a pegarla aprendió un poco mejor, aunque no se aplicaba lo suficiente. Por eso, un día, el noble caballero la golpeó con su espada para que aprendiera a ser buena. Alicia, herida, salió huyendo y su marido la pidió perdón y quiso que volviera con él. Los vecinos se enternecieron al ver las lágrimas en tan bello rostro y le pidieron a Alicia que volviera. Pero ella no volvió y todos se entristecieron, todos menos Alicia que no tenía sentimientos.

Alicia no tenía donde ir. Como siempre había sido muy poco aplicada, no conocía ningún oficio, así que tuvo que empezar a vivir de la mendicidad. En poco tiempo, su aspecto se fue degradando, sus ropas estaban raídas y olían mal, y sus cabellos se habían convertido en una densa maraña parecida a un estropajo. Alicia importunaba a los súbditos del reino con su desaliñada apariencia. Algunos sentían pena y trataban de no mirarla, para que no se sintiera mal, pero Alicia no apreciaba estos generosos gestos y estaba totalmente deprimida, otros -los más piadosos- le daban alguna moneda y ella los odiaba por sus compasivas sonrisas. La gente que la conocía no se explicaba porque Alicia llevaba ese tipo de vida: una mujer debía estar en el lugar que le correspondía, con su marido y su hija, que la echaban mucho de menos. Todos estaban muy apenados, todos menos Alicia que era muy egoísta.

El tiempo fue pasando, y el marido de Alicia conoció a otra mujer, muy buena que se convirtió en su nueva esposa y la madre de su niña. Alicia, mientras tanto, también conoció a un hombre que la enseñó un oficio, el más antiguo de la historia, le dijo. Alicia se sorprendió mucho al ver que su trabajo consistía en recibir las muestras de amor de muchos hombres, que, además, la pagaban por ello. Y todos se sentían satisfechos, todos menos Alicia que no tenía capacidad de amar.

El protector de Alicia no la trataba mal. Sólo la pegaba de vez en cuando, mucho menos que su antiguo marido, y le dejaba una pequeña parte del dinero que ganaba. Aún así los años envejecían a Alicia muy rápido, y ella se sentía vacía y echaba de menos a su hija. La gente pensó que Alicia había desaparecido, pero las cosas iban tan bien en el reino, que acabaron olvidándola. Sólo la quería su hombre. Un día, Alicia se miró al espejo y se sintió algo mejor, había envejecido pero conservaba parte de su antigua belleza. Por la noche, llegó un hombre a demandar sus servicios, se trataba de un caballero del rey, aunque venía disfrazado para que no le reconocieran. Alicia se dispuso a recibirlo, como a tantos otros nobles, pero cuando sintió sus manos en su cuerpo, se dio cuenta que ese hombre era su marido. A pesar del tiempo pasado, no había envejecido nada, pero pareció no reconocerla. Acabó pronto y cuando tenía que pagar, se negó diciendo que era la mujer más horrible con la que había estado. El protector de Alicia le instó a que pagara y, sin mediar palabra, el caballero del rey atravesó el corazón del hombre con su espada y salió huyendo. El hombre murió en los brazos de Alicia. Nunca había sido una buena persona, por lo que todos se sintieron aliviados, todos menos Alicia que no tenía conciencia.

Alicia se sentía muy mal, pero siguió trabajando, aunque cada vez la pagaban peor. Una noche, un cliente que no tenía dinero le ofreció la fruta prohibida. Nadie podía tomarla en el reino, ya que te convertía en un ser maligno y despreciable. Pero a Alicia todo le daba igual y decidió probarla. Por primera vez en mucho tiempo dejó de sentirse mezquina y miserable, ruin e insignificante, humillada y desdichada. Simplemente no sentía nada. A partir de entonces, sólo cobraba la fruta prohibida. Pero cuanto más la tomaba más la necesitaba. Cada vez duraba menos tiempo su efecto de anestesiar sus pensamientos y Alicia se sentía peor y peor. Su humor cambió y hasta sus clientes la abandonaron aterrados ante la confirmación de las horribles propiedades de la fruta prohibida. Alicia estaba desesperada. Los remordimientos y la angustia se escondían entre las sombras de su habitación, esperando para atacarla. Sólo la fruta los mantenía a raya, pero esta se acababa rápidamente. Comprendiéndolo, Alicia salió a la calle, en busca del árbol donde crecía su salvación. La gente se apartaba horrorizada. Alicia no se fijaba en las caras de pánico, hasta que, repentinamente se encontró con su propio rostro que la miraba espantado. Pero, fijándose mejor, descubrió que no era su cara. Esta era mucho más joven y delicada, y el pelo era igual a cuando había vivido en casa con sus padres. Entonces lo comprendió, estaba delante de su hija. Una honda sensación de alivio brotó de su pecho y se puso a llorar a los pies de la joven. Sus lágrimas lavaban los años de oscuridad, de penas, de vejaciones, de ofensas. Por fin, por primera vez en su vida, el corazón de Alicia empezó a latir al ritmo del amor. La muchacha la miraba asqueada: una vieja, harapienta y maloliente, que la estaba manchando el vestido. Los ojos de las dos mujeres se encontraron y Alicia vio todo eso en la expresión de su hija. "Soy tu madre", gimió al fin y la muchacha supo que lo que decía esa horrible anciana era verdad. Allí estaba, la mujer que había abandonado a su hija para vivir su vida sin preocupaciones, que había dejado a su marido triste y deprimido, hasta que éste conoció a su verdadero amor, que se había reído en el funeral de su propio padre, que se había entregado a todos los hombres que la pagaron lo suficiente, que había sucumbido a los placeres de la fruta prohibida, y ahora venía a pedirla compasión. "Tú no eres mi madre", gritó con todo el desprecio que pudo y con una patada se libró del abrazo de la vieja. El vacío que sintió el alma de Alicia estuvo a punto de hacer desaparecer su cuerpo. Sólo una imagen la asistía, el delicado perfil de la fruta prohibida. Arrastrándose, llegó al árbol y comenzó a ingerir fruto tras fruto. El efecto de cada uno apenas duraba unos segundos, ya que le acechaban miles y miles de ojos, cargados de reproche, de lascivia, de falsa compasión, de asco, de deseo, de odio...A pesar de que su cliente le había dicho que comer mucha fruta era muy peligroso, Alicia no se detuvo hasta terminar con todos los frutos del árbol. Una plácida calma se fue instalando en el alma de Alicia, hasta que una gran paz la llevó hasta la muerte. Las gentes del pueblo se acercaron a verla. Allí estaba la mujer que había hecho todo lo posible por arruinarse la vida, abandonando a su familia, importunando a los súbditos del reino mendigando, corrompiendo a los más jóvenes con sus malas artes, entregando su dinero al más rufián entre los rufianes, deleitándose ante el oscuro placer de la fruta prohibida, y, como último acto de su camino, había atormentado a su propia hija abandonada. Una mujer malvada...Pero los habitantes del reino tenían un gran corazón y todos sintieron mucha pena al ver el cuerpo de Alicia, todos menos Alicia que en aquel momento se reía de todos ellos desde ninguna parte.

domingo, octubre 15, 2006

El reloj biológico

Bueno, aquí tenéis una gilipollez para empezar la semana. Por una vez, y sin que sirva de precedente, emitiremos sin cortes publicitarios (la audiencia así lo ha demandado)


El sketch del Reloj Biológico

(un gag para tres personajes y algún figurante con un par de líneas de diálogo)

Aún sabiendo que no es costumbre, iniciamos este sketch con una sucinta introducción, tanto a los personajes como a la situación, lo que nos proporcionará un mejor entendimiento de los sucesos que se sucederán cuando sucedan.

Partimos de tres personajes principales:

El Profesor Experto (nombre figurado, a la par que provisional) se trata de un hombre de mediana edad, pedante, prepotente, incompetente y engreído. Escrito de otra forma, el típico profesor universitario español. Su personalidad se ve engalanada por un acuciante desorden hormonal, que lo sitúa en las fronteras del maníaco sexual. Es un personaje de la mayor utilidad, ya que sus absurdas e innecesarias explicaciones podrán enriquecer todo tipo de situaciones.

La Maruja Feminista o Feminista Maruja (nombres, aunque palindrómicos, eventuales). Mujer que ronda la mitad de la treintena y que exhala lo peor del feminismo, combinado con lo más penoso de la marujez. También es un personaje multiusos en su doble y paradójica personalidad.
El Psicópata Reinsertado es el prototipo de personaje freelance de los sketches, un mercenario del gag visual y un trotamundos de la situación burlesca. Le veremos engordar su curriculum a medida que desempeñe distintos papeles y profesiones en los más diversos destinos que le preparemos.

Respecto a la Situación, hemos de indicar que se podría explotar con mayor intensidad y profusión, ya que se trata de un auténtico filón al estar situada en plena batalla de sexos. Sirvan las siguientes líneas como ejemplo de lo que podría llegar a ser, con el adecuado y ponderado desarrollo.


El sketch del Reloj Biológico (propiamente dicho)

(un gag que sigue siendo para tres personajes y algún figurante)

El Profesor Experto se halla en un suntuoso despacho, decorado con el peor gusto posible. Se sienta detrás de una horrenda mesa y porta una tostada con mermelada en su mano derecha.

PROFESOR EXPERTO
El torneado del alambique es fundamental para el espesor de la confitura de grosellas silvestres. Pero este no es el tema que nos ha traído hoy aquí.

No, mi querido e ignorante espectador. Estamos aquí por otro motivo bien distinto. Para un observador mediocre, como es su caso, los adelantos científicos pueden resultar sorprendentes, incluso mágicos. Porque, al contrario de lo que se piensa, la ciencia humana española no solo progresa, sino que avanza.

Los ejemplos se agolpan a docenas, pero muchos escaparían a su pobre, por no decir escasa, comprensión.

Sin embargo, en los últimos tiempos, se ha venido desarrollando un proyecto secreto, del que se empiezan a ver los frutos. No pretendo que pueda entender el desarrollo ni las connotaciones del avance, pero al menos, podrá disfrutar de alguna de sus consecuencias. Porque, mi amado e ignaro televidente, la ciencia de nuestro país también está a la vanguardia del mundo.
Recientemente, nuestros estudios han transformado un ser disminuido mentalmente en un miembro más de nuestra querida sociedad. Hemos mudado un detritus cerebral en un honrado, limitado y ramplón ciudadano de a pie, como usted mismo. Un agremiado del lumpen con potencial para convertirse en asesino en serie, presentador de informativos o estudiante universitario ha pasado a ser un fiel servidor del consumidor.

¿Cómo?, se preguntarán los más avezados. Sus reducidas entendederas no pueden abarcar el proceso, pero podría intentar simplificarlo. El cerebro humano craneal es un órgano multiforme, interdisciplinar y compensatorio. El individuo medio no sobresale en nada y eso es bueno, mi estimado e iletrado oyente. Porque, al ser el cerebro un organismo compensatorio, sobresalir en algo conlleva limitaciones en otras facetas. Sí, usted podría ser un gran poeta, pero entonces no podría contener la vejiga urinaria, o un extraordinario cocinero, a cambio de su sentido del equilibrio. Ser una medianía es bueno. No se sienta mal por eso.

Pero la compensación cerebral también funciona en el sentido contrario o inverso. Un tarado mental destaca en otras disciplinas como el equilibrismo, la teología o el aseo personal. Las patologías mentales, tratadas a tiempo, pueden reconducirse para crear semejantes válidos y necesarios en nuestra sociedad.

Y, precisamente este, es el caso que nos ocupa. Un psicópata que, en otras latitudes menos democráticas, podría haber sido un actor o un tirano esconde- terroristas, gracias a nuestro pionero programa de reinserción de lunáticos, se ha convertido en un leal y cotilla carnicero.

Vengan conmigo a su mostrador, (en tono menos seductor que lascivo) donde podremos deleitarnos con la presencia de sugerentes carnes prietas en busca de alimento, (intentando recomponerse) quiero decir con la presencia de un amplio surtido de alimentos cárnicos.

Interior de una carnicería. El Psicópata Reinsertado envuelve unas mollejas mientras mira tiernamente a su destinataria. Un grupo de personas, entre los que se encuentra el Profesor Experto mirando ávidamente a todas las mujeres, esperan su turno en la cola.

PSICÓPATA REINSERTADO
Aquí tiene, señora Domínguez. Espero que su marido se recupere pronto y no se preocupe por lo que digan esos desaprensivos. (La señora Domínguez recoge la bolsa que le tienden y se retira sin entender). ¿Treinta y tres.?

FIGURANTA 2
Yo.

PSICÓPATA REINSERTADO
(Observando como se va la señora Domínguez y en tono confidencial) Es que su marido es alcohólico y le engaña con su hermana. ¿Qué desea?

FIGURANTA 2
Qué horror. Sí, quería un kilo de cinta de lomo.

PSICÓPATA REINSERTADO
Claro, que su hermana tampoco es manca, que también le da a la botella y (bajando el tono) maltrata a su marido. ¿Lo quiere en filetes?

FIGURANTA 2
¡Virgen santísima! Sí, por favor, finitos que vienen mis sobrinos.

PROFESOR EXPERTO
(Mirando orgullosamente a la cámara) Emocionante, ¿verdad? Parece una persona normal. Con qué tacto ha llevado el asunto de la señora Domingas, ejem, Domínguez.

PSICÓPATA REINSERTADO
Bueno, y ¿qué tal su hijo? ¿Sigue con anemia? Debería hacerle unas lentejas.

PROFESOR EXPERTO
Perdonen que me inmiscuya, ¿ha dicho anemia? Debería saber que las leguminosas tienen mucho hierro, fundamental para la cura de la mencionada enfermedad. Aunque hay alimentos que concentran una mayor cantidad del imprescindible mineral. Le recomiendo especialmente el chorizo y la morcilla, sabrosos y patrios embutidos, cuya riqueza en sangre explica el porqué de su férrica sobreabundancia.

PSICÓPATA REINSERTADO
¿Sangre? (echándose a temblar). ¿Ha dicho sangre?

FIGURANTA 2
No voy a hacer lentejas. Mi hijo está mucho mejor. Gracias.

La mujer coge los filetes y se va.

PSICÓPATA REINSERTADO
¡Sangre! (mira a la gente de la cola que le observan desconcertados)...¿Treinta y cuatro?

FIGURANTE 3
Sí, soy yo. Quería medio kilo de carne picada.

PSICÓPATA REINSERTADO
(Con voz de loco) ¿La quiere troceada?

FIGURANTE 3
Picada.

PSICÓPATA REINSERTADO
En pedacitos (se relame)...
FIGURANTE 3
No, le he dicho que picada.

PSICÓPATA REINSERTADO
(Balancea negligentemente el cuchillo)... diminutos y sangrantes (coge el cuchillo y trocea salvajemente).

Entran en escena las figurantas 4 y 5. La 4 tiene unos treinta y la 5 es más joven y luce un despampanante escote que, inmediatamente, capta toda la atención del Profesor.

FIGURANTA 4
Caramba, qué afortunada casualidad, Profesor Experto. Precisamente estaba hablando con mi hermana de la situación en la universidad.

PROFESOR EXPERTO
(Sin quitar ojo del escote de la joven, como hipnotizado) La confitura de grosellas es ideal para realzar el sabor de las carnes jóvenes y turgentes.

FIGURANTA 4
Sí, mi padre hace un estupendo rosbif con puré de manzana. Pero le decía a mi hermana que es bastante triste la falta de presupuesto para desarrollar proyectos científicos en la universidad.

PROFESOR EXPERTO
(Babeando ante el imponente canalillo de la joven) El problema de la universidad es la falta de becarias, o sea (recuperando la compostura ante la expresión anonadada de las dos mujeres), de becas, quiero decir.

FIGURANTA 4
Exacto, profesor. Lo que nos lleva al bajo presupuesto general. Es una pena que se desaprovechen las mejores mentes de nuestro país, mientras se financian o despilfarran cientos de millones de euros...

En la parte baja de la pantalla aparece el siguiente e inquietante rótulo: “ESTA MUJER ESTÁ A PUNTO DE SUFRIR UN ATAQUE DE SU RELOJ BIOLÓGICO”.
Mientras habla la figuranta 4, el Psicópata Reinsertado, a golpe de cuchillo, ha terminado de picar la carne, que entrega a su sorprendido cliente.

PSICÓPATA REINSERTADO
(Por encima del discurso de la figuranta 4) Treinta y cinco.

FIGURANTA 4
(Descompuesta, histérica y convulsionada)¡Treinta y cinco!¡Treinta y cinco! Necesito un hombre. ¡Deprisa, alguien que me haga un hijo!

Cambiamos de escenario. Abandonamos la carnicería y nos encontramos en una pequeña sala, donde la Feminista Maruja, en un estrado plagado de micrófonos, ofrece una rueda de prensa.

FEMINISTA MARUJA
¡Basta! Detengan esta ignominia. Frenen este repugnante espectáculo concebido por algún macho trasnochado. Es lamentable que se ofrezca un cúmulo de desatinos como éste en la televisión de nuestro país. El programa lamenta la aparición de esta caricatura machista e impresentable que, no sabemos cómo, ha llegado a emitirse. Camuflado en un aparente tono anárquico, el machismo se esconde detrás de cada palabra que acabamos de oír. Los personajes masculinos son meras caricaturas que, aunque pretenciosas, no llegan a ofender a sus congéneres. El lamentable profesor con sus tics sexistas no es más que una burda excusa de los guionistas para mostrarnos a mujeres ligeras de ropa, con la única y deplorable intención de ganar audiencia convirtiendo a la mujer en un objeto sexual, para la diversión de los machos.

El pretendido progresismo de alguna de las frases es un intento aún más ruin y rastrero, que lo único que intenta es captar la simpatía de alguna mujer desprevenida: ¿Cuándo se ha visto a un hombre preparando rosbif? ¿A quién se le puede ocurrir mezclarlo con puré de manzana?

Y el último insulto es el estereotipo de mujer de hoy, concienciada con los problemas de nuestra sociedad y ridiculizada impunemente con algo tan bonito y maravilloso como la necesidad de tener hijos. Por no hablar del simulacro de mercado que nos presentan, donde ni siquiera se pide la vez.

¿Alguna pregunta?

De nuevo, en la parte baja de la pantalla aparece el siguiente e inquietante rótulo: “ESTA MUJER ESTÁ A PUNTO DE SUFRIR UN ATAQUE DE SU RELOJ BIOLÓGICO”.

FIGURANTE 6
Eutanasio González, para treinta y cinco minutos...

FEMINISTA MARUJA
(Descompuesta, histérica y convulsionada) ¡Treinta y cinco!¡Treinta y cinco! Necesito un hombre. ¡Deprisa, alguien que me haga un hijo!...

Fundido a negro. Se hace la luz y volvemos a estar en el despacho del Profesor Experto, que todavía sujeta la tostada en la mano.

PROFESOR EXPERTO
En fin, mi apreciado y obtuso mirón, después de todo lo visto, uno se pregunta quién es el verdadero psicópata. Buenas noches.

Con gesto lujurioso da un mordisco a la tostada.

viernes, octubre 13, 2006

No se lo pierdan


He descubierto un genio

martes, octubre 10, 2006

Loa al cocido


el Momento se acerca


La primera cucharada de sopa, densa y humeante, atraviesa la reseca garganta, recordándonos nuestra fragilidad. El discurrir de los fideos por nuestra boca y esófago palia la ardiente sensación con su alegre cosquilleo, pero nos avisa sobre los peligros de la solución fácil: esos inocentes trocitos de pasta empiezan a acumularse en nuestro estómago, ocupando el lugar de otros manjares más reputados. Las siguientes cacetadas nos iluminan sobre la cercanía del placer y el sufrimiento: el sabor inigualable, la irritación definitiva. Acabado el primer plato de caldo revisamos nuestra disposición a la avaricia y la falta de previsión. Nuestra experiencia nos avisa, pero somos débiles y sucumbimos a la tentación. Esperamos no arrepentirnos, delirantes en nuestro orgullo, pero, al final, el cocido nos pondrá en nuestro sitio y nos hará lamentar ese segundo plato. Tras la sopa, los garbanzos, la carne y el repollo: la santísima trinidad. ¿Quién podría decantarse por sólo uno de los manjares? Asimilamos la importancia de la variedad y la mezcla y azuzamos nuestra inteligencia. Es la hora de la estrategia. Tenemos clara nuestra meta: el placer definitivo es aquel que se consigue con mayor sufrimiento y en último lugar. Avivamos así nuestras dotes de ahorro y economía, reservando para el final el ingrediente maestro: la panceta. Engordamos nuestra generosidad, ofreciendo nuestro plato a todos los alimentos y recuperamos nuestras capacidades de asombro y maravilla con cada nuevo bocado. Aprendemos la importancia de la ecología, la necesidad de cuidar nuestro entorno. Valoramos los logros de la cadena social, alabando la dedicación de ganaderos y agricultores, los riesgos de camioneros y transportistas, el arte del carnicero, la vocación del frutero. Nos deleitamos ante la fortaleza de nuestro espíritu, capaz de sobreponerse a cualquier mal para disfrutar del inenarrable ágape. Descubrimos la belleza de nuestra propia existencia, vislumbrada en cada trago del irrenunciable caldo de uva que debe acompañar nuestro masticar, confirmada en el instante definitivo, cuando engullimos ese trozo de pan, con la panceta untada, momento en que entramos en comunión con el resto del cosmos. Y, por último, somos conscientes de nuestra propia mortalidad cada vez que, temblorosos, damos por finalizada la sacrosanta ingesta.

domingo, octubre 08, 2006

Gracias

El otro día estaba yo en el concierto de Josele Santiago, disfrutándolo a pesar de las condiciones adversas...

CONDICIONES ADVERSAS
1. El nuevo disco es demasiado blandito.

2. La violonchelista (a pesar de su atractiva calva y sus tatuajes) se había personado en el escenario.


3. La sala Copérnico tiene conexión directa con Groenlandia. Esta conexión es activada sólo cuando empiezas a sudar como un pollo, pero se mantiene activa el tiempo suficiente para incubar un par de pulmonías, momento en el que te vuelven a hacer sudar como un pollo para repetir el proceso las veces que sea necesario.

4. Josele sigue su particular cruzada antienemiga y no tocó ni una de las canciones de su idolatrado grupo.

5. Josele se empeña en que sus guitarras eléctricas acumulen polvo.

6. El cobarde de Mastretta no se presentó para que le abucheáramos o abucheásemos.

... cuando, después de una gigantesca versión de Ole Papa (VIVA PABLO NOVOA!!!), la pareja que tenía al lado, muy acaramelados-enamorados ellos, empezó el siguiente intercambio:

ELLA: ¿Sabes lo que opino de este tipo de artistas? (el "este" debe leerse con la máxima repugnacia que uno sea capaz de concebir)

EL: ¿Cómo? (él no había escuchado la voz de su amada, pero yo sí. La cosa se podía poner fea).

ELLA: ¿Qué si sabes lo que opino de este tipo de artistas? (el "este" debe leerse con mayor repugnancia todavía que en el caso anterior. Yo me estaba poniendo de muy mala hostia).

EL: No... Y me importa una mierda. No quiero que me jodas el concierto.

ELLA le miró un poco molesta y EL respondió metiéndole la lengua hasta el esófago. Después, todos felices.

Gracias EL.

ecoestadistica.com