Mismas reglas

Mi foto
Nombre:

Ignatius nació en una granja en las afueras de Florín. Sus principales pasatiempos eran comer panceta y atormentar al muchacho que vivía con él: "Puto inquilino, abrillanta mi silla de montar. Quiero ver mi rostro reflejado en ella."

miércoles, agosto 30, 2006

the attack of the killing pinos from hell

Me estaba acabando la segunda copa, cuando me vino el apretón. La verdad es que no es muy buena idea zamparte un cocido antes de una salida, pero no pude evitarlo.

El caso es que estaba en el Mercurio, con unas ganas de cagar que no podía ni hablar. La sola posibilidad de desalojar el intestino ahí, me ponía los pelos como escarpias. Una cosa es echar una (o siete) meaditas, pero para plantar un pino se requiere algo más de higiene.

Hice un repaso mental de los sitios cercanos y sus respectivos W.C.: la situación era dramática. Pero mi cerebro a veces me reserva alguna sorpresa. Deseché todos los bares de copas de la zona y me decidí por el Vips. Me felicité por mi brillante deducción: un sitio cercano y limpio, buen rollito.

Durante el camino, adorné mi raudo caminar con algunas contorsiones, para esquivar a algún borracho y para evitar una evacuación prematura. Llegué al Vips que estaba hasta el culo de gente. Con paso firme me dirigí a los servicios, cuando una voz dijo mi nombre. Era un tipo de la facultad al que llevaba sin ver por lo menos seis años y del que no recordaba casi nada, ni siquiera el nombre. Sin embargo él parecía tener una memoria mucho más nítida respecto a mí, ya que no paraba de relatarme cosas que nos pasaron juntos en aquellos tiempos. A pesar de lo borde que estuve, la conversación no bajó de los quince minutos. Todas las alarmas sonaban en mi cuerpo.

Acudí a la sinceridad para librarme de él y, contra todo pronóstico, la historia coló. Entre el sufrimiento extremo y la liberación total, recorrí los últimos metros que me separaban del ansiado cuarto de baño. Bajé el pomo de la puerta, pero no se abrió. Reparé entonces en un cartel que decía: "Disculpen las molestias, W.C. en revisión". Me di la vuelta, dispuesto a entrar en el de las tías, pero un letrero gemelo del masculino colgaba de la puerta, justo debajo del triángulo de la falda. Un amable empleado del lugar, que pasaba por allí, me informó de que no me preocupara, ya que los abrirían en un cuarto de hora. Mi cuerpo reaccionó violentamente ante la información, dejándome bien claro que no disponía de tanto tiempo.

Con un gesto de agradecimiento, me despedí del dependiente y salí precipitadamente, ignorando el saludo de mi antiguo compañero. Recordé los tiempos del Interrail, la respuesta era el MacDonalds, eso sí que eran baños limpios. La visión era tan clara en mi mente, que mi cuerpo estuvo a punto de dejarse llevar, pero un doble tirabuzón invertido evitó la tragedia.

Corrí como alma que lleva al diablo. A pesar de la hora, era fin de semana, podía estar abierto. Al cruzar la glorieta me pareció ver la eme bien iluminada. Aceleré la marcha, pero llegué demasiado tarde. Ante mis ojos, una fría y hostil chica, debajo de una gorra, en una camisa a rayas estaba echando el cierre sin ningún tipo de compasión. Mi estómago rugió.

Con la vista desenfocada divisé un local, probablemente el más pijo de la zona. A duras penas, disimulé mi angustia para que el portero me dejase pasar. Dentro del local, pregunté por los baños y el camarero me dijo que si quería ir al servicio tenía que consumir algo. Pedí un Dyc-cola. El cabrón de detrás de la barra me informó de los precios sin competencia del lugar. Con dolor de mi corazón, le di los diez euros que me exigía. El camarero estudió el billete unos segundos, que se me hicieron horas, y me dijo que el baño estaba al fondo a la derecha. Con mis últimas fuerzas me arrastré hasta allí.

Hay que reconocer que el baño estaba de puta madre. Eché el cerrojo, me bajé los pantalones y me senté dispuesto a disfrutar del gran momento que se avecinaba, pero mis ojos me enseñaron algo terrible. Recurriendo a un dominio más allá de lo humano, conseguí detener a mi aparato digestivo en el último momento, cuando comprobé que no había papel. Mi cerebro consiguió convencer a mi cuerpo con el razonamiento de que había otros tres váteres en un rango de diez metros cuadrados. Ninguno tenía papel. Salí del local en menos de diez segundos (seguro que batí algún récord).
Con el rostro desencajado por la terrible sensación de derrame interno, conseguí llegar al siguiente local. No me fijé en nada ni nadie. La fuerza me guió rápidamente hasta el lugar que habría de poner fin a mi terrible agonía. Una cola de seis tipos, me hizo desviarme al baño de las tías, donde milagrosamente no había nadie. El baño no estaba muy limpio y sólo había un váter, pero había papel. Hacía mucho tiempo que mis escrúpulos me habían abandonado, me bajé los pantalones y, justo cuando me iba a sentar, entró una chica, que me pilló con los pantalones y los gayumbos a la altura de las rodillas. Obviamente, el cerrojo no funcionaba. La cara de espanto de la chica me dejó bien claro que no volvería, por lo que tuve que colocar un pie cerca de la puerta para evitar más intromisiones.

Mi equilibrio era algo inestable debido a la acrobática postura que había adoptado, pero poco importaban ya esos detalles. El momento del parto fue apoteósico, todo el dolor había merecido la pena, había dado a luz al pino más impresionante de toda mi vida, pero no lo había hecho en el lugar adecuado. No me refiero al asunto de estar en el baño de las chicas, sino a que mi posición inverosímil había hecho errar mi cálculo de la trayectoria, sólo por centímetros. Mi pino descansaba majestuosamente en el suelo, a menos de un palmo de su lugar de aterrizaje teórico.

En fin, es la vida. Me limpié pausadamente y salí, dedicando una gran sonrisa a las siete chicas que esperaban pacientemente su turno.

lunes, agosto 28, 2006

Llamamiento

Por amor se hacen todo tipo de locuras. Consciente e inconscientemente.

Uno es capaz de bailar salsa, ir a exposiciones de arte moderno, asistir a la ópera, tirarse en paracaídas, visionar películas en versión original, escribir poemas, cortarse las uñas, lavarse los dientes, ponerse desodorante o cambiarse con frecuencia de ropa interior.

También se finge. ¿Quién no ha sido alguna vez en la vida, por exigencias del guión amoroso, vegetariano, amante de los animales, ecologista, activista político, voluntario de ONG, escritor, experto en Schopenhauer, adorador de la música indi (yndi? (indy? (yndy?))))), compositor de canciones, pacifista, lector de Gala, admirador de Sabina o piloto de kayak?

Uno cambia de hábitos: visita la peluquería, asiste al gimnasio, cambia de trabajo, aprende a cocinar, se apunta a una academia de idiomas, visita el extranjero, realiza cursos de reiki o yoga, hace flexionas o se liposucta.

¿Y todo para qué? Sí, el principio es estupendo. La enajenación mental te hace convertirte en lo que la otra persona quiere que seas y te impide ver objetivamente a quién te enfrentas. Pero, cuándo esto se pasa, ¿qué queda? La rutina, la renuncia, los celos, la inseguridad, la mierda (propia y ajena)... Afortunadamente, todas las relaciones de pareja tienen la fecha de caducidad puesta. Si no, no sé que sería de nosotros.

Y, sin embargo, todavía hay sitio para la esperanza. Podemos ser cínicos o sarcásticos. Pero eso no significa que no seamos también románticos y optimistas. Podemos parecer unos descreídos, sin que esto contradiga nuestra búsqueda incansable del amor verdadero.

Porque sabemos que es posible. No es una utopía. Existe.

Por amor verdadero tienes vía libre a la locura. No sé, por ejemplo puedes dejar de salir. Puedes visitar semanalmente a tus suegros. Puedes dejar tu curro y a tus amigos. Puedes procrear o dejar de ver el fútbol los domingos. Te puedes ir a otro país, incluso a Estados Unidos. Te puedes emparejar o casar, incluso por el rito persa. Lo único que no puedes hacer es llamar a tu hijo Mohamed Ali.



Por eso, amigos del foro, lectores habituales, esporádicos o absolutamente casuales, comentaristas oficiales y anónimos, desde aquí os hago un llamamiento para que evitéis que una de las parejas más estupendas del planeta Tierra cometa el funesto fallo de utilizar este nombre para su futuro vástago. No dejéis que el ejemplo viviente de que el amor verdadero existe caiga en este terrible (a la par que clásico) error.

Qué podéis hacer vosotros, os preguntaréis, para evitar esta tragedia. Muy sencillo, venced vuestro miedo a escribir un comentario o a comentar el propio post. Sólo os pido un nombre.

A modo de ejemplo, os dejo tres que ya han sido sugeridos.

a) Hristo Stoichkov

b) Jesús Osama

c) William (para que, eventualmente, el niño (sí, es niñO) se convierta en el "Bill Ledesma"(escribo Ledesma porque es el primer apellido que me ha venido a la mente)).

viernes, agosto 25, 2006

Instintos

La otra noche iba caminando tranquilamente por la calle López de Hoyos, cuando una tremenda fémina cruzó un semáforo y se puso a andar unos metros por delante de mí, contorneando su espectacular figura. Estaba sumido yo en mi habitual despiste, por lo que no pude observar su rostro, pero, rápidamente, quedé hipnotizado por los pendulares movimientos de sus estupendas caderas.

Frené mi desgarbado caminar un poco y me puse a contemplar el efímero espectáculo. Estas cosas son así. Cuando te cruzas con un pibón por la calle, sabes que la deleitosa visión no va a durar para siempre. Cualquier esquina, portal, establecimiento comercial, callejuela, coche, boca de metro, parada de autobús o cabina telefónica se convierte en enemigo potencial en el que ella se puede refugiar de tu admirada mirada.

Eso por no mencionar el enemigo principal: la arritmia andaril. Yo había frenado algo mis pasos, pero no lo suficiente como para no ir un poco más rápido que ella. A lo sumo tendría medio minuto para perderme en la maravilla de sus perfectos hombros, inigualable pedestal para su castaña melena, que se balanceaba a medio camino de sus incomparables glúteos, justo a la altura del sucinto top de cuero que cubría un doce por ciento de su voluptuoso cuerpo. La falda a juego invitaba a fantasear y sus esculturales piernas dejaban paso a la delicadeza de sus esquisitos tobillos.

Confieso que sentí la perentoria necesidad de completar el visionado de toda su figura, por lo que aceleré un poco, temeroso de que el siguiente paso de cebra la hiciese girar, exiliando para siempre a mi fantasia su rostro y sus senos.

Estaba ya prácticamente a su altura, cuando se confirmaron todos mis temores. Debo hacer un inciso para que la situación quede bien descrita: era de noche, pero había muchos viandantes paseando por la calle Lopez de Hoyos. Transitábamos por la zona ancha de la acera, por lo que, aún estando a su altura, nos separaban más de dos metros. Mi caminar era más veloz que el suyo, pero en absoluto se podría considerar rápido ni nervioso, y mi gesto fue tan sutil, que no pude ver más que la sombra de su nariz, perfilándose detrás de la cascada de su cabellera, antes de que ella girase bruscamente, negándome la percepción del frontal de su anatomía.

La decepción se hizo dueña de mí, cuando la adelantaba. Como la Luna, tenía una cara oculta. Tras un par de pasos hice un último y desesperado intento de ver su lado secreto: giré mi rostro hacia ella. Para mi sorpresa, ella había retomado la dirección por la que caminaba anteriormente. Así, pude verla al fin, pero su expresión ante mi gesto fue tan excesiva, que olvidé mi intención primigenia y me di la vuelta furibundo, aumentando mi ritmo y eliminando del disco duro de mi memoria la percepción de su cara.

No tengo ningún recuerdo de sus rasgos faciales, pero no puedo olvidar (y me sigue molestando) la mirada que me regaló, cargada de desprecio y repugnancia. Y todo porque la había estado mirando durante menos de medio minuto y luego había girado mi rostro para completar el mapa de su aspecto físico.

¿Qué lo voy a hacer? Me gusta mirar a las chicas, me gusta ver sus escotes, me encantan las tetas y los culos y disfruto observándolos. Me deleito, como ante un paisaje apabullante o un cuadro genial (a lo mejor un poco más). Es cierto que puedo desviar mi mirada de un escote kilométrico, de unos labios magnéticos o de un culo tremendo. Pero confieso que va en contra de mi instinto.

Quizás ella, malinterpretándome, se sintió agredida, pero la mirada con que me fulminó no dejaba lugar a la especulación: fue un ataque directo que me tocó seriamente los cojones.

Supongo que ella tendrá también sus impulsos sexuales. No creo que resulte tan extraño disfrutar con la visión de una persona, exclusivamente desde el marco de la atracción física. De hecho, es un instinto de lo más natural (valga la redundancia).

Aunque, quién sabe, ella también pudo reaccionar instintivamente. No sé. El caso es que he estado reflexionando sobre los instintos, planteándome por qué se nos educa para que, en determinadas ocasiones, nos avergoncemos por el mero hecho de sentir algo que supera a nuestra razón. Conclusión: Si le molestó mi mirada, lo siento, pero es su problema.

Y es que los instintos, además de controlarlos, hay que saber disfrutarlos. Y, últimamente, os confieso que estoy gozando de uno de los impulsos básicos del ser humano: el instinto del cazador.

Además, he encontrado el paraíso terrenal para el regocijo de este instinto. Un lugar repleto de víctimas potenciales, de oportunidades de triunfo, de mercancia de primera, de deleite visual y animal, de una belleza que, aún siendo totalmente primitiva, me conmueve y emociona. Un sitio repleto de ofertas, a cada cual más suculenta y apetitosa. Un paraje libre de prejuicios, donde no tienes que avergonzarte de tus sentimientos: todos somos cazadores, tenemos el mismo objetivo y hay material más que de sobra. Además, con una sobreabundancia obscena.

Pero no todo es tan fácil. Hay que saber escoger. Hemos dejado las lanzas y las flechas. Ahora tenemos un arma mucho más poderosa: el dinero. Las víctimas sucumben a nuestro poder adquisitivo. No tienen nada que hacer. Es su trabajo. Y aquí, con el sueldo de un profesor, te encuentras ante terribles disyuntivas: un placer exótico y exquisito puede ser demasiado caro. Sí, lo puedes conseguir, pero a costa de quedarte a dos velas el resto del mes. Y ahí está el desafío del cazador: uno llega completamente hambriento. Pero no debe ser impulsivo. Hay que ser paciente, ver toda la mercancia, esperar una buena oportunidad que satisfaga nuestros instintos más bajos, no durante un instante, sino durante un periodo de tiempo prolongado. El placer y el gozo no sólo se hallan en lo exótico.

Finalmente eliges tu víctima y el sacerdote o la sacerdotisa te la preparan y acicalan como mejor te guste. Con una destreza que provoca tu admiración y tu asombro, la víctima se convierte en un muñeco en esas manos expertas que saben acondicionarla para el disfrute de cada cual.

Sí, es un lugar maravilloso. El Mercado de Ventas. ¡Qué ofertas, qué mercancias, qué profesionales! Lo tengo clarísimo. La próxima vez que quiera ligar con una chica no la invitaré al teatro, no la propondré visitar una exposición, no la llevaré a la ópera, ni al cine. Nada de paseos por el Retiro, ni de cañas en una terraza. No, a la próxima chica que me guste, me la llevaré a la compra. Y si le molesta que entre pescadería y pollería, frutería y carnicería, deslice fugazmente mi mirada por su deseado talle, será que me he equivocado de persona.

jueves, agosto 24, 2006

Indefensión


¿Alguien podría decirles a los gilipollas de la Sexta que dejen de dividir la pantalla en dos mierdaventanas cuando estén retransmitiendo el mundial de basket?

Ayer batieron todos sus putos records: durante el último cuarto del España-Angola, la pantalla estuvo dividida siete minutos, veinte segundos. Y seis de estos minutos fueron para enseñarnos un primer plano de un brazo defendiendo...

(Y lo sé bien, que me levante a las siete con la única intención de putear a el puto inquilino en su perigrenaje al lugar de trabajo (por lo menos tuve éxito en esto. A su pregunta: "¿qué cojones haces despierto a estas horas?", respondíle: "no, si ahora me voy a la cama". Su cara de consternación fue lo mejor del día)).

sábado, agosto 19, 2006

La panceta santoñesa

Después de un viaje, uno no puede evitar transformarse interiormente. No son variaciones radicales (normalmente), pero se puede decir que siempre te traes algo de los lugares que visitas. A veces es algo intangible. La gente detecta algún cambio, pero no sabe concretarlo. Uno mismo se siente distinto, como desubicado. Con el tiempo, el cambio se suaviza o atenúa o, simplemente, nos acostumbramos tanto a él, que lo incorporamos a nosotros.

Mis vacaciones me han cambiado y soy consciente de esta metamorfosis. No la puedo localizar exactamente, pero es algo mensurable. Si no me creéis, os puedo dar el dato exacto. Me he traído de los lugares visitados y, por tanto, las vacaciones me han cambiado exactamente cuatro kilos setecientos veintidos gramos. Confieso que me temía algo mucho peor. Sobre todo después de su accidentado comienzo.

Yo siempre he sido de buen comer. Mis hazañas gastronómicas han sido vitales para mi familia. Durante años, la terapia familiar para evitar trapos sucios, malos rollos, inquinas, peleas ancestrales y envidias era referirse a alguno de mis grandes momentos culinarios. Yo, a pesar de todo, quiero a mi familia y para evitar una reiteración excesiva en la misma anécdota, me dediqué durante varios años a realizar exhibiciones zampadoras, lo que me granjeó una merecida fama de saco sin fondo que hacía las delicias de casi todo mi linaje.

Pero uno se va haciendo mayor. Los metabolismos cambian y la comida, que tiene esa gran empatía, detecta el cariño y el amor, por lo que decide quedarse conmigo, engordando mi antaño enjuta figura. La época de las hazañas quedó atrás y me he convertido en una digna vieja gloria. Pero, cual Zidane en Alemania, cualquier vieja gloria puede reverdecer sus laureles, siempre que encuentre un desafío a su altura.

Y esto es lo que me pasó en Santoña, en mi primer día oficial de vacaciones post viaje. ¿Qué mejor desafío que putear a un amigo, cuando de por medio hay dos kilos y medio de panceta?

Acudíamos en procesión anual a celebrar el cumpleaños del Esquiador Rojo. La principal cita de la romería consiste en una espectacular barbacoa que un año sí y otro también desemboca en ágape. Su único defecto histórico es la “escasez” pancetaria. Entrecomillo escasez porque el problema radica simplemente en que nunca había sobrado panceta. En realidad no se debía a un problema estrictamente de cantidad (muchos años había sido lo que más se había comprado). El quid está en que mi grupo de amistades está saturado de pancetómanos, entre los que, felizmente, me hallo.

Este año el Esquiador Rojo había decidido ceñirse a la oferta de la carnicería (otros años también visita, con gran éxito de público y crítica, la pescadería). Varios compañeros le hicimos ver que dos kilos y medio de panceta resultarían de nuevo insuficientes.

-Pues compro hasta llegar a cuatro –propuso, levemente picado.

-Bueno, si quieres que nos quedemos con hambre –respondimos entre risas.

-Y va a sobrar –añadió algo más picado (lo que resulta extraño porque nunca se pica).

Las risas se convirtieron en clamor (sobre todo por mi culpa).

Así que, sin comerlo (de momento) ni beberlo, me vi ante el reto de acabar con cuatro kilos de panceta, con la colaboración de unos cuantos estómagos agradecidos y dos pancetómanos que, en ese momento, viajaban desde Madrid. Sí, sé que no se puede hablar de reto: era una mariconada, por lo que decidí tomarme una ración de rabas para merendar, lo que supuso mi primer error.

El resto de errores (seiscientos catorce) fueron bastante reiterativos. Para no aburriros os pongo tres consecutivos y vosotros sacáis la secuencia:

Esquiador Rojo: ¿Quieres más panceta?

Ignatius: Menos mal que lo ofreces, me estaba quedando en los huesines.

Conversación general sin importancia. Un minuto más tarde:

Esquiador Rojo: ¿Quieres más panceta?

Ignatius: Pues sí, porque no la he probado y me han dicho que escasea.

Aburrida conversación de relleno. Un minuto más tarde:

Esquiador Rojo: ¿Quieres más panceta?

Ignatius: ¿Hay más? Qué alegría, pensaba que este año tampoco la cataba.



Lo peor del asunto es que mi derrota estaba escrita de antemano. El Esquiador Rojo había movido sus perversos hilos en dos direcciones. La primera, en las carnicerías santoñesas, donde adquirió otros tres kilos de panceta, en lugar del acordado kilo y medio. La segunda en la N-I, averiando con su poderes telequinésicos el coche que transportaba mis refuerzos (los dos pancetómanos no iban a llegar a la cena).

Al final, sobró medio kilo (según confesión del Esquiador), lo que se puede considerar honroso, teniendo en cuenta que fui uno de los pocos que no le hizo feos al resto de vituallas (no sé decir no, sí sé decir más, me bebo la vida a cucharás…).

Hubo otros momentos memorables en Santoña, como el marmitaco de Ina o el rape+sardinas del merendero, así como alguna sonora decepción como la mierda de rabas que ahora ponen en el Copacabana (antiguo Brasil). Pero no queda hueco aquí para ellos (la panceta lo llena todo).

jueves, agosto 17, 2006

Me cago en Sandios (interludio)

Sí, sé que os había prometido hablar de mis vacaciones, y lo pienso hacer, pero, antes, me tengo que desahogar.

VAMOS A GANAR EL MUNDIAL DE BALONCESTO. ME CAGO EN SANDIOS!!!!!!!!!!!!.

Pues me he relajado, pero sólo un poco. Este post va dedicado a los PUTOS agoreros, a los "ya te lo dije", a los "del cruce no pasamos" y a los de "cómo puedes ser tan capullo para creerte que esta vez sí, después de nuestra funesta historia".

Sí, sé que os escudáis detrás de un triple de Nowisky (como se escriba) o del partido de su vida de Estudamaier (como se escriba item) o de Lituania o de su puta madre.

Sois los mismos del mundial de fútbol, los que os indignáis con el triunfalismo (por golear a Ucrania) y los que disfrutáis con nuestra derrota (Francia, Italia, Nigeria, Angola, Odense o Suputamadre).

Los que pensáis: "mira que panda de capullos. Forofos de pacotilla. Ganan dos (u ocho) amistosos y ya se creen que podemos hacer algo en el mundial. No conocen la verdad oficial. Somos una panda de lumpen y no tenemos nada que hacer. No somos competitivos. Ya nos darán por culo. Fase previa, octavos, cuartos, semifinal o final... Ya llegará nuestro momento...".

Pues opino que sois una panda de gilipollas. Que no entendéis lo que es la ilusión. Que os den por culo.

Fijo que, en otro orden de cosas, sois igual con las relaciones de pareja: "Que estos dos están enamorados, que son uñaicarne, que están hechos el uno para el otro... ¡Por los cojones! Ya llegarán las vacas flacas. Ya se darán cuenta de la verdad. Ya aterrizarán. Ya se les pasará el flechazo. Ya se darán el ostiazo".

Y lo decís impunemente, resentidos de mierda. El empirismo contra la ilusión...

Que os jodan. Prefiero ilusionarme. Que luego acertáis... ¿DÓNDE ESTÁ EL PUTO MÉRITO? Nunca hemos ganado un mundial de basket (o de fútbol). Todas las relaciones de pareja acaban (sí, troncos, hasta los abuelos no divorciados se mueren). Todo es efímero... ¿Y qué?

Yo elijo ilusionarme. Feliz regodeo en la derrota, pringaos.

martes, agosto 15, 2006

El sentimiento absurdo

Hay que ver cómo son las cosas. Aquí estoy otra vez, en mi querida casa blanca, rodeado por sus familiares paredes, suelo y techo (incluso puerta y ventana) y, sin embargo, me siento de lo más extraño.

Será cosa de las vacaciones. Ya el domingo me sentía raro en el rápidamente asimilado Viveiro. Durante un par de semanas lo había hecho mi nuevo hogar y el domingo paseaba por sus calles con esa peculiar sensación de pérdida y añoranza con que se concluyen una buenas vacaciones.

La sensación es bastante absurda: me acuerdo de mi primer paseo por esta placiña, del primer día que observé aquella iglesia, de la primera vez que entré en ese todoacien, de la primera meada en este mingitorio... cada recuerdo va acompañado de un ineludible suspiro. Ves a la gente pasear por TU reducto y les miras con aversión, sabiendo que van a ir a la misma terracita, se van a sentar en la misma silla, van a beber del mismo vaso y van a comer del mismo plato: esos objetos y lugares que han sido tuyos durante tanto tiempo... Y aquí llega el absurdo: quince días atrás apenas eras capaz de situar Viveiro en el mapa y todo lo que conocías de él eran las fotos que habías visto en intrenet.

Es cierto que quince días puede ser mucho tiempo para, dejadme pensar, la vida de una polilla, un orgasmo múltiple, el fichaje de Diarra o el reposo de un arroz con o sin bogavante, pero me parece un poco poco para que te creas el dueño de un sitio y veas a cualquier otro ser humano como un cerdo e irrespetuoso mancillador del lugar que amas.

Pero no lo puedes evitar: te despides del Kiev, adorado bar de copas, y ves a un montón de turistas, emborrachándose y con el radar puesto, a ver si detectan a alguna lugareña. ¡Cómo se puede ser tan frívolo! ¿Acaso no se dan cuenta del templo en que se hallan? No, desengañate, esos no son como tú. Con el tiempo (tres noches aproximadamente) podrían llegar a entenderlo, pero ahora...

Ves a esos domingueros de barbacoa, comprando churrascos en el Haley y haciendo bromas sobre el nombre de tan ilustre hipermercado. No puedes evitar preguntarte de dónde salen (de Madrid) y cómo pueden acumular tanta ignorancia y prepotencia (y gastar la misma broma que tú, el primer día que viste el Haley (con mucho menos respeto y sentimiento, conste)).

Tu querida playa, tomada y violada por grupúsculos de turistas, con sus cremas protectoras, sus sombreros, sus palas y sus pelotitas.

En fin, podría seguir, pero imagino que os hacéis una idea.

Me declaro oficialmente vuelto y os informo de que, con este post, inauguro una breve serie de entradas sobre mis vacaciones.

Besos para todos.

martes, agosto 01, 2006

Vacaciones

Forges me ha dedicado una viñeta y, vanidoso que es uno, no he podido evitar enseñárosla.




Por cierto, por las tierras norteñas se ha inaugurado un debate que os dejo caer:

¿Trengandín o Berria?

ecoestadistica.com