Mismas reglas

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Ignatius nació en una granja en las afueras de Florín. Sus principales pasatiempos eran comer panceta y atormentar al muchacho que vivía con él: "Puto inquilino, abrillanta mi silla de montar. Quiero ver mi rostro reflejado en ella."

miércoles, junio 28, 2006

mea culpa

Cuando un ser cercano fallece uno siente una extraña sensación de irrealidad, que se mezcla con el desconcierto, la pérdida y la pena. La vida sigue y, lo más curioso, es que tú sigues con ella. Te sorprendes cogiendo el autobús que te lleva al curro todos los días, repitiendo los gestos habituales y diciendo "aquí hay algo raro". Tu aturullada cabeza empieza a buscar en el disco duro y, de repente, lo recuerdas: "ah, coño, que se ha muerto". Entonces es cuando te atacan la irrealidad, la dolorosa aceptación y la sensación de pérdida definitiva.

Esto se repite día tras día. Tu vida sigue tal cual y tú caes en su rutina, consiguiendo olvidar por momentos la tragedia. Pero, inevitablemente, llega el instante en que te dices las dos frases (aquí hay algo raro y ah, coño, que se ha muerto) y vuelves a sumirte en el desamparo. Con el paso del tiempo, tu cerebro acaba por aceptar la situación. Es el momento en que superas la fase de shock. La frecuencia de estos lapsos de irrealidad empieza a disminuir y la tristeza por esa pérdida se convierte en un cachito de ti mismo, que te acompaña, ya más sosegadamente, el resto de tu vida.

En fin, llevo todo el día así. Me monto en el metro, oteo en busca de los cinco escotes más prometedores del vagón, me siento tras dos paradas, abro el libro entre bostezos y, de repente, noto que algo falla, que no es lo mismo. Entonces me digo: aquí hay algo raro y, después, en milisegundos, la terrorífica certeza. En el colegio, lo mismo. De charleta con los compañeros, revisando los libros de escolaridad de mis hijos, atendiendo alguna revisión postrera y, ZAS, "aquí hay algo raro"... Ah, coño, (terrorífica certeza) que Francia nos ha ortorizado.

Y, lo peor, es que esta vez ha sido por mi culpa. Ni superioridad en el centro del campo, ni mejor planteamiento táctico, ni mayor veteranía, ni somos unos lamentables, ni siempre lo mismo, ni pollas. NO ME TENÍA QUE HABER CORTADO EL PELO. Pero lo hice. Según me encaminaba a la peluquería, me asaltó la certidumbre: no vamos a perder ningún partido hasta que me corte el pelo. ¿Por qué lo hice entonces?

Lo fácil sería echarle la culpa al hijodeputa de mi jefe (el barbas). El barbas me hizo un ultimatum que venía a decir algo así como que la duración de mi contrato era inversamente proporcional a la longitud de mis cabellos (evidentemente, él no lo expreso así, pero no es el momento de hacer mofa de los iletrados y, sin embargo, hijosdeputa). En su momento, pensé en lo a gusto que estoy en mi cole, con mis compañeros, mis chavales, mis chavalas y viendo al barbas tan solo unas cuatro o cinco veces al año, sin demasiada interacción. Todos argumentos de peso para cortarme el pelo, máxime cuando llevaba yo barruntando la posibilidad de refrescar mi coronilla durante las últimas semanas. Pero, ¿qué importa un curro estupendo y una cabeza fresquita si en el otro lado de la balanza está la porculización de Francia?

Pero es tarde para lamentarse. Sólo quiero hacer pública mi vergüenza y compartir mi desolación.

Para animarme un poco, os diré que no todo fue malo. Enumero:

1) El gol de Zidane. Antes de que me acuséis de madridista infame (que lo soy), os aviso de que no voy por ahí. Bastante dura era la derrota como para soportar que el agorero de Javi se llevase la porra. El 1-3 acabó con sus esperanzas.

2) Voy a conservar el curro, a seguir vivo e, incluso, podría ser posible que en un plazo menor a los cuatro años consiga echar un polvo, ya que no tengo que cumplir las sucesivas promesas que fui profiriendo, desde el fatídico minuto ochenta y tres, a cambio del gol del empate (hacerme extensiones, donar mis dos riñones, celibato hasta el próximo mundial).

3) Valverde ganador del tour.

4) Más dura será la caída (Ucrania los funde en la final).

5) Campeones en Sudáfrica (y Raul pichichi).

Pd: aunque no tiene nada que ver con el post, sé que muchos sois fanáticos de los superhéroes, así que aquí tenéis el trailer de Superman.

martes, junio 20, 2006

and now for something completely different

En mi sección habitual, "grandes gilipolleces de la historia", continúo con el monográfico dedicado a los Monty Python (indudablemente los más grandes de todos los tiempos).

En la entrada de hoy, nos trasladamos al ministry of silly walks. El sketch se comenta solo.

Como no quiero asumir ningún tipo de responsabilidades, si lo queréis intentar en casa os sugiero un poco de entrenamiento. Si esto os resulta demasiado complicado, lo mejor es que consultéis al maestro.

Además de esta versión (primer capítulo de la segunda temporada del Flying Circus), hay otra en directo en Monty Python Live at the Hollywood Bowl y un estupendo homenaje en Fawlty Towers, en el capítulo: "Los alemanes".

Buena suerte y a pasarlo bien.

Pd: gracias, malperson.

sábado, junio 17, 2006

pequeñas miserias

Todo sucedió el jueves, que, no vamos a negarlo, empezó mal. La zorra de la alarma del móvil sonó inclemente a eso de las siete. Tras diez minutos de encarnizadas negociaciones, conseguí levantar mi cuerpo, cuya pesadez era toda una muestra de su escepticismo ante mis razonados argumentos sobre la necesidad de ir a currar ese día. Penosamente, me arrastré hasta el baño, donde conseguí la primera buena sensación del día mientras vaciaba la vejiga. Algo más animado, me dirigí a la cocina. Pero mi leve buen rollo, desapareció cuando escuché los guturales y calmados ronquidos de el puto inquilino. Con cierta mala hostia llegué al umbral de la cocina. El espectáculo era dantesco.

Supongo que debo hacer un inciso. Entre el puto inquilino y yo no es todo mal rollo. A veces podemos llevarnos bien e, incluso, hubo una época en la que se nos podía considerar amigos. Entre los acuerdos a los que llegamos sin necesidad de la ayuda de ningún abogado, estaba el contratar a una chica para que nos adecentara una vez a la semana la casa blanca. El día elegido es el jueves.

Como he escrito, el puto inquilino y yo a veces funcionamos como un equipo. A lo largo de nuestra penosa convivencia, hemos desarrollado una asombrosa habilidad para ensuciar todos los cacharros de la cocina durante el periodo reglamentario de siete días. Lo hacemos con tal precisión que, sin necesidad de acudir a métodos más sofisticados, se puede establecer en qué día concreto de la semana nos hallamos con un simple vistazo a la distribución de montones de vasos, tazas, platos, cazuelas, potes, cubiertos y demás utensilios culinarios usados en el interior de nuestra cocina.

La fotografía de aquella mañana no dejaba lugar a las dudas. Las torres de copas en equilibrios imposibles, los árboles de tenedores y cucharillas con sus espinosas ramas, las majestuosas plataformas de fuentes y boles, cubiertas de musgo y limo, los hongos tempranos asomando del líquido primordial que cubría parte de la olla a presión, la sangre, el sudor y las lágrimas, únicos restos del chorizo Palacios, coloreando los filos de una sucesión ordenadamente caótica de cuchillos de distintos tamaños, la tabla de cocina con una amalgama indescriptible de restos de ingredientes de las gastronomías de los lugares más remotos, eran prueba inequívoca de que el jueves era, sin discusión posible, jueves.

Sólo dos cucharillas habían sobrevivido a la hecatombe semanal. Sus brillos metálicos destacaban sobre el fondo de forma grotesca, como un personaje coloreado en una película en blanco y negro. Con cierta preocupación rebusqué en los armarios, preso de una sensación de fatalidad. Mis intentos confirmaron mis temores: no quedaba ningún recipiente limpio donde servirme el irrenunciable nesquick matinal. La sensación de mal rollo creció en mi interior y mi ira se focalizó en el leve eco del apacible dormir de el pobre puto inquilino. Una expresión de inmisericorde determinación iluminó mi rostro.

Con frialdad, cogí una taza, por cuyas paredes trepaban los restos del gazpacho saboreado un par de días antes. Con precisión de asesino profesional, conseguí limpiarla sin perturbar la inestable armonía de los cacharros que abarrotaban el fregadero. Despejé doce centímetros cuadrados de la mesa y, sin inmutarme, vertí la leche en la inmaculada taza, tomé una de las dos cucharillas, cogí el nesquick y me preparé el chocolatado refresco que necesito ingerir cada mañana. Después de saborearlo, como una máquina carente de sentimientos, encontré una zona casi despejada de la pila y coloqué los dos útiles gastronómicos que acababa de manchar, formando una nueva protuberancia en la extraña criatura que invadía nuestra cocina. Impasible, enfoqué mis ojos en la única cucharilla limpia. Con una sonrisa congelada, la tomé y encaminé mis pasos a los fogones, donde descansaba la olla a presión y su caldo primigenio. Dirigiendo una mirada de psicopata vengador hacia la habitación de el puto inquilino, creí captar el pacífico arrullo de su dormitar un segundo antes de que mis dedos dejaran caer la cucharilla en el heterogéneo líquido.

El resto del día fue estupendo.

domingo, junio 11, 2006

Sucedido

Hace unos días, paseándome por el emule, mi instinto freak me condujo directamente a una joya, en lo que a título se refiere: The whore of the rings. Evidentemente, no lo pude dejar pasar, hice el doble clic y esperé impaciente a que se bajarán los aproximadamente 700 megas que tenía el filme.

No voy a hacer una crítica de peli porno, ya que tenemos en el chat algunos expertos mucho más cualificados en estos avatares que el que suscribe, un simple, aunque constante, aficionado al género. En cambio, sí voy a criticar a mi equipo informático. Es cierto que la pantalla tft de 17 comillas es estupenda (sobre todo para lo que estaba acostumbrado), pero la reproducción de videos no alcanza una calidad suprema, especialmente si selecciono el modo pantalla completa. Teniendo en cuenta la geografía de mi habitación, si no elijo esta modalidad de pantalla, la observación de cualquier película desde mi cama se convierte en un complicado ejercicio, a medio camino entre el creo-que-eso-es-un-pie y el acto de fe.

Es cierto que esto me retrotrae a mi más tierna adolescencia, cuando, los viernes por la noche, afinaba mi mirada entre las rayas negras y blancas del plus, intentando captar/imaginar a dos seres humanos copulando.

La ensoñación fue divertida al principio, pero en esta época de pantallas gigantes, porno asequible y adolescencia aproximadamente superada, uno ya no está para estas cosas. Si hubiera sido otro filme, no me hubiera importado visionarlo con las leves imperfecciones de la pantalla completa, pero tratándose de tan ilustre título, decidí que, en esta ocasión, debía otearlo en condiciones, es decir, en una televisión.

El problema es que la tele está en el salón, lo que supone uno de los territorios comunes que comparto con el puto inquilino (sí, sé que en el contrato sólo figura el uso de su oscura cueva, pero, con ayuda de su abogado, ha podido establecer que puede pasearse por el salón y otras zonas compartidas, por el simple hecho de que suponen el único contacto posible de su cuarto con la salida de la casa blanca (mierda de leguleyos)).

Tracé un plan casi perfecto. Tras casi un año de insoportable convivencia, he establecido un patrón de comportamiento en el ente que comparte mi casa. Entre sus licenciosas costumbres, se incluye el llegar a altas horas de la madrugada, inmerso en una condensada neblina de alcohol no whiskyano, con los ojos enrojecidos y saltones, haciendo el máximo ruido y causando toda molestia imaginable. Tras pasar unos minutos regurgitando en el baño, avanza hasta su madriguera, lugar en el que, al fin, descansa profiriendo guturales ronquidos, propios de alguna especie de jabalí ya extinguida, pero que, sin duda, comparte el 102 por ciento de su genoma con el individuo que nos atañe.

La otra noche, el puto inquilino siguió su modus operandi sin saltarse una coma. Pacientemente, esperé hasta que sus insufribles gañidos empezaron a martillear con su arritmia habitual. Sigilosamente, abandoné mi cuarto y me dirigí a la cocina, donde me armé con la ineludible servilleta de papel reglamentaria. A pesar de que los rugidos seguían poblando la oscuridad de mi casa, decidí no confiarme y retorné a mi habitación, donde esperé otra media hora para obtener un margen más allá del prudencial.

Con la mano izquierda sostuve el DVD y la servilleta, mientras que con la diestra procedí a bajar el picaporte de mi puerta a una velocidad casi nula, para evitar cualquier sonido delator. El tiempo se detuvo como en una pesadilla. Un sudor frío empezó a cubrirme, mientras mis movimientos infinitesimales iban obteniendo su objetivo. Me acercaba a un momento crítico, pero años de experiencia en la consecución de la intimidad onanista consiguieron evitar el gemido que suelen emitir las visagras de la puerta de mi cuarto.

Debía sentirme feliz y exultante, pero había algo extraño, algo que no encajaba. El pasillo tendría que haber estado inmerso en la más absoluta negrura, pero una luz indirecta iluminaba el suelo, al que yo dirigía mi vista. A camara lenta, alcé mi mirada. Y allí estaba.

Exactamente igual que si me hubiera estado mirando en un espejo, observé una figura reptiliana que se asomaba detrás de la hoja de una puerta. En su mano izquierda, como en la mía, una servilleta y un DVD. En la sombra de su bigote, unas perlas de sudor, hermanas de las mías. En su mirada, el mayor espanto por tan desafortunado encuentro.

Rápidamente, me recompuse:

-Iba al baño -gruñí con la misma sonrisa de Humperdink cuando Buttercup le
pilla en el renuncio sobre los barcos que deberían estar buscando a Wesley. Torpemente y sin ningún éxito, traté de esconder mi mano izquierda.

-Yo también -respondió el puto inquilino, imitando mis grotescos movimientos y asumiendo una expresión de pillada definitiva, gemela de la mía.

Cada uno fuimos a un baño y nos retiramos a nuestros aposentos, saludándonos con una leve inclinación de cabeza. Mierda de convivencia...

sábado, junio 10, 2006

mal rollo

Estoy hasta los huevos del efecto sábado por la mañana. No sé si es el garrafón del VO, el exceso de cocacola en el JB, que me estoy haciendo mayor o que me estoy acostubrando a despertarme pronto, pero el caso es que, no falla, en cuanto supero el par de copas en una noche, el siguiente despertar se produce varias horas antes de lo humanamente correcto.

Se ve que hoy estoy de mal rollo. Uno de los motivos fundamentales es la monumental espantada que se va a producir el próximo curso. Yo estaba preparándome para el efecto segundo de bachillerato (antaño COU), pero trabajo en un centro concertado hasta cuarto de ESO y privado a partir de bachillerato. Los padres, hasta cuarto, no tienen demasiado incoveniente en pagar el impuesto revolucionario del colegio (concertado=gratuito, salvo por las actividades extraescolares, en las que están matriculados todos los alumnos=impuesto revolucionario).

Pero el bachillerato es otra historia. El impuesto se convierte en sangría definitiva y mi cole, salvo su espectacular profesorado, tiene poco que ofrecer, así que los padres (los culpables de todo), con buen criterio, se llevan a sus criaturas a otros centros.

¿Y dónde está el problema? (os preguntaréis). Pues que, al contrario de lo que se va diciendo por ahí, los adolescentes de hoy en día son una panda de gente megaestupenda doble con queso y yo, salvo a deshonrosas excepciones, les estoy ya echando de menos. Se me van unas cuantas figuras excepcionales y tengo un leve ataque de morriña...

Pero así es la vida del profesor: desprecio social, sueldo ínfimo, abandono moral, indefensión estructural, incomprensión global y vacaciones impuestas.

Lo bueno es que llegan los nuevos y que no se van todos los estupendos (y no hablo de Natalie (que se queda), que está de un tontorrón con su primer suspenso (chispas) que no hay quién la aguante).

En fin, siento el tono del post, pero estoy un poco de bajón (la pespectiva de dos meses de vacaciones impuestas por las altas jerarquías sin ver a mis niños es aterradora, aunque no lo entendáis).

sábado, junio 03, 2006

ser o no estar

Pues, al final, voy a pasar del puto inquilino, del deporte adolescente y de la noche de copas. La ganadora es mi nueva novia del curro.

Como ya adelanté ayer, no hay que preocuparse demasiado. Se trata de un asunto legal (ella es mayor de edad) y además es mentira (de momento).

Y es este último paréntesis el motivo de la entrada: de momento. Poniéndonos en antecedentes, la chica del curro (desde ahora la chica estupenda de infantil) es una lozana morenaza de dimensiones bastante asombrosas. Tiene un tipito catalogado muy próximo al estupén, aunque, una vez vista, lo de tipito se ve que es una palabra que no conjuga con ella, ya que se trata de una muchacha de altura.

Quizás me esté excediendo con la descripción. El fáctor posibleinterés, añadido al primaveradelamuerte, sin duda afecta mi juicio (por otro lado nunca demasiado atinado en esta lides). El asunto es que a lo largo del presente curso académico ha habido un acercamiento notable entre la chica estupenda de infantil y el que suscribe. Han habido varias tardes de cañas, donde, además, he podido constatar que se trata de una chavala realmente maja y la rumorología en el centro de trabajo se ha disparado acerca de nuestra posible relación.

Conviene hacer un inciso (para los que todavía no son miembros del chat) sobre mi centro de trabajo. La rumorología no proviene (de momento (vaya, otra vez)) de mis compañeros-porteras, sino que tiene su origen en los sujetos con los que trabajamos: nuestros alumnos (fundamentalmente las mías) están convencidos de que estamos líados. Es un rumor inocente, ya que los chavales se entretienen (además de con muchas otras cosas) emparejando profesores.

El caso es que, confieso, en determinados momentos (como este) no me importaría que el rumor se volviera realidad. Pero hay algunos puntos en contra, que paso a enumerar.

Punto uno: factor pereza. Es un clásico del principio de cualquier historieta (casi escribo relación). Ahora mismo, más allá de la indudablemente incómoda asexualidad compartida, me hallo en un instante vital bastante confortable. La masturbación ayuda y uno no sabe si meterse en otro embolado. Sé que suena un poco regular esto del embolado, pero lo escribo refiriéndome al aspecto de leve (o grave) complicación vital que acompaña a cualquier relación (casi escribo historieta) de pareja.

Punto dos: factor compañeradecurro. Sin duda también hablamos de un clásico en esta ocasión. Pero no por tópico deja de ser cierto. La certidumbre sobre lo efímero de las relaciones de pareja (no es que sea un escéptico, creo firmemente en el amor verdadero y eso, pero mi experiencia y la de mis compañeros me hace pensar que está un poco complicado) me hace pensar en el después. Claro, que debería precisar después de qué:
a) una noche de copas en la que al final pasa de mí.
b) una relación estupenda de cuatro días/años en la que al final pasamos mutúamente el uno del otro.
c) un polvete y punto.
d) otras.
En cualquiera de las opciones, producida la llamemosla ruptura, suele incomodar leve(grave)mente el encuentro con la susodicha. Y el ser compañeros de curro pues como que multiplica (notablemente) la opción de encuentros fortuitos no deseados.

Pero, bueno, estoy en plan un poco lamentable escribiendo todo esto, cuando todavía no sé si, más allá del buen pálpito que siento al respecto, existe la posibilidad real de que pase algo (tengo una cierta costumbre de ponerme la venda antes de seccionarme el brazo (o el hipotálamo, querido elpep)). Lo que me lleva al punto tres.

Punto tres (y más importante): factor pisycaca. Pues sí, para que nos vamos a engañar. Aquí está la verdadera clave de la historia o el meollo del asunto. Me he puesto a escribir el post (voy mejorando en mi vocabulario) simplemente porque acabo de escribirle un mensaje y no me acabo de atrever a mandárselo.

Os pediría consejo, pero sé que estáis demasiado ocupados con el chat y no quiero interrumpir. Seguiremos informando.

jueves, junio 01, 2006

TESTIMONIO

Lo siento, pero en esta hora convulsa, no puedo evitarlo. Quiero unirme al profundo dolor, a la desazón infinita, al desgarro máximo y a la confusión sin límite que en estos terribles momentos remueven a nuestra patria esPAÑA.

Me podéis llamar ventajista, aprovechado, falaz y anicónico, pero es lo que me sale del alma (con la fuerza de las olas, yo).

Ha muerto Rocío Jurado y quiero, ahora que la angustia y la sinrazón me ahogan, ofrecer un testimonio. Si alguien necesita alivio, ofrezco humildemente este foro para desacargar esta pena y rellenar este vacío (sí, hablo del blog).

Hace 61 años y pico (el shock, la falta de memoria y la ley de protección de datos me impiden ser más preciso) me compré un hamster al que llamé, sin que nadie lo comprendiese en ese momento, Rocio (nótese la ingeniosa ausencia de acento). Desde el principio se veía que era un hamster diferente: la forma en la que comía, el modo en que corría por su noria, el tono de sus lamentos cuando quería escapar de su jaula, el donaire con que ejecutaba sus deposiciones,... No sé, esas pequeñas cosas que hacen a un hamster especial.

Podría contaros muchas anécdotas, alegres y tristes, pero me embargan la emoción y la congoja. Sólo reflejaré su gusto por la copla, los toros y los puros...

Bien, pues sé que algunos descreídos no darán crédito a mis palabras, pero sólo puedo proclamar la verdad de los hechos. No hablo ni para atéos, ni para cínicos, ni para escépticos. Escribo para los que creen en que hay algo más, para los que tienen esperanza, para los que no niegan el DEstino.

Hoy, Rocio (insisto en la brillante ausencia de tilde) ha muerto.

Muchos diréis que es coincidencia, casualidad o azar. Pero yo me río de vosotros.

Rocio no ha fenecido por casualidad. Ha expirado en la bañera, después de cuatro minutos de inmersión forzosa. La lástima es que, por motivos laborales, no he tenido tiempo de diseccionar su pancreas (¿los hamsters tiene pancreas?).

No puedo seguir. Os dejo a vosotros.

ecoestadistica.com